Este año se cumplen 100 años del golpe de Estado con el que se inició el socialismo soviético y 19 años del socialismo del siglo XXI en Venezuela. La distancia en años que separa a ambos no les impide coincidir en los defectos de diseño y fabricación del modelo: su categórico desprecio por los ciudadanos, su intolerancia absoluta a la pluralidad y su total disposición a aferrarse al poder a cualquier precio, por cualquier medio y sin escrúpulo alguno.

Lo confirma la respuesta del régimen al resultado electoral en el que se hizo evidente su minoría y en el que los ciudadanos dijeron no más socialismo, “ya basta”. Pese a que la consulta se realizó en condiciones adversas, un campo inclinado y el gobierno como árbitro, este sufrió una contundente derrota. Su soberbia les impide reconocer el inmenso rechazo de la sociedad y deciden iniciar un golpe de Estado continuado. Valiéndose del Poder Judicial y con la anuencia del silencio de la cúpula militar, comenzaron asfixiando progresivamente al Parlamento, es decir, a los 14 millones de venezolanos que participaron en esa elección, y culminaron con una asamblea constituyente confeccionada en su sastrería particular, a la que nadie reconoce ni en Venezuela ni en el mundo.

Aferrarse al poder sin importar cómo es un defecto de todo totalitarismo y es algo intrínseco al modelo. Otra lacra del socialismo es su extraordinaria capacidad para producir hambre, pobreza, muerte y la desaparición del individuo en una vaga noción de pueblo. Modifica la interacción humana, pues crea un espacio en el que la cooperación y el intercambio se convierten en un “sálvese quien pueda”.

El fracaso mayúsculo del socialismo del siglo XXI es haberse convertido en un verdadero mausoleo a la ineptitud: transfiguró el mayor ingreso de la historia en catástrofe social, institucional y económica; el imperio de la ley fue desplazado y sustituido por el de la muerte y la impunidad, y pretende, en su doble lenguaje, ocultar el número de homicidios cercano al de los fallecidos en la guerra de Siria. En su infinita mendacidad afirma que esos datos no son reales y niega el hecho de que las cárceles se hayan convertido en centros de gestión del robo.

Pretenden ignorar los niveles de pobreza que han sido capaces de crear y que afecta a 82% de los venezolanos, el incremento en el porcentaje de ciudadanos que come menos de tres veces al día y que como consecuencia de ello ha visto disminuir sus tallas en tiempo récord. Se ofuscan cuando se habla de la escasez de medicinas y alimentos y de la crisis humanitaria que ya ha cobrado vidas, y rechazan la existencia de tales insuficiencias. Prefieren que los venezolanos fallezcan antes que aceptar la ayuda humanitaria, que salvaría vidas, y que han ofrecido instituciones como Naciones Unidas, Cáritas y muchos países en el mundo.

Otros rasgos propios del socialismo son el endiosamiento del Estado, la centralización de las decisiones y el desconocimiento del derecho de propiedad privada y del sistema de información de precios que ofrece el mercado. Con el fin de lograr esos objetivos crearon un copioso tramado de leyes, normas y decretos con los cuales el régimen expropió, confiscó y se adueñó de empresas para lograr sus objetivos particulares. Todas las empresas “gobiernizadas” terminaron con números rojos, en bancarrota.

Un ejemplo emblemático de lo dicho es la industria petrolera, de la que solo quedan despojos. Ha sido destruida de manera tal que ni siquiera su más acérrimo enemigo le habría hecho el daño que se le ha infligido. Su producción ha mermado en más de 30% mientras se multiplica por cuatro el número de trabajadores, el desquiciante fenómeno de la improductividad organizada. La empresa que antes exportaba ahora importa gasolina, diesel y petróleo crudo. Esta fórmula se extendió a todas las demás que el gobierno colonizó y cuyo resultado final ha sido empresas quebradas, disminuidas y desfalcadas.

El exuberante tramado de controles de cambio, precios, costos y la inamovilidad laboral condujo a la progresiva desaparición del tejido empresarial y ha reforzado la economía informal y el desempleo. Las políticas y controles del régimen han conducido a la hiperinflación, fenómeno que se ensaña con aquellos que menos tienen. Sus políticas multiplicaron la deuda del país, afectando el presente y a las generaciones futuras y han propiciado la corrupción que campea a sus anchas, como lo confirman las declaraciones de ex ministros, ex jueces, la fiscal general, los fiscales, etc.

El efecto devastador de estas políticas ha sido universal y coloca al país en una unidad de cuidados intensivos. La recuperación de todos los males que han sido causados requiere de un amplio acuerdo político y social, de un enorme esfuerzo unitario de las élites del país. Los cambios son de tal calado que no pueden acometerse de manera aislada. Todo aquello que divida atenta contra la recuperación de las libertades y la reconstrucción del país.

Cambiar el régimen y su modelo es una condición necesaria para avanzar en el proceso de recuperación del país, pero es insuficiente. Con el cambio de régimen se inicia un proceso de transición y modernización que va a enfrentar muchos escollos. El modelo ha engendrado un terreno lleno de peligros, cargado de material explosivo de alto riesgo. Para poder eludir las minas es recomendable dotarse de un amplio respaldo social que aumente las posibilidades de éxito. Es preciso aglutinar los anhelos de la Venezuela que desea un cambio.

La unidad es indispensable para cambiar el régimen y para iniciar la reconstrucción del país, con el fin de mejorar la calidad de vida de los venezolanos hoy sumida en la precariedad. Como apuntamos, son muchos los explosivos que hay que desactivar. Recuperar el derecho de propiedad y asegurar el funcionamiento del mercado obliga a actuar sobre el pesado tramado legal que produce desconfianza, ahuyenta a los inversionistas y convoca a la informalidad. Son muchas las demandas provocadas por confiscaciones, expropiaciones, invasiones, litigios y la corrupción desatada que se lleva a cabo con una complicidad que raya en descaro.

La unidad debe crear un “manual” de atención de riesgos y un plan que evite los peligros de explosión que acechan en todos los frentes. Por ejemplo, el plan de rescate de las empresas “gobiernizadas” o quebradas, fuente de déficit, baja productividad y una severa amenaza al empleo decente.

Los déficits extraordinarios de todos los servicios públicos requieren con mucha urgencia una gran atención. La incorporación de la calidad y la pluralidad a la estrategia educativa para impulsar la equidad, la recuperación del sector salud, la inversión para salir del atraso en el terreno de Internet y la que permita recuperar el sector eléctrico, además de un larguísimo etcétera.

También es urgente salir de la lista de los países incapaces de honrar sus deudas para poder cumplir con los compromisos y recuperar la credibilidad y confianza internacional. En este terreno debemos prestar atención a lo que con insistencia denuncian los gobiernos y partidos demócratas de todo el mundo: la conexión de los voceros del régimen venezolano con el narcotráfico, el integrismo islámico y el terrorismo.

Hay que convocar a todos los venezolanos a ser actores del proceso de recuperación de las libertades y a participar en la reconstrucción del país. Es necesario lograr el respaldo y la unidad necesarios para tomar las muchas medidas que será necesario adoptar para avanzar en esta dirección. Con seguridad la primera gran prioridad es atender con urgencia las necesidades más acuciantes de los ciudadanos: medicinas y alimentos.

Albert Camus, enemigo de la idea de que el fin justifica los medios, afirmaba que son los medios los que deben justificar el fin: no consideraba que la guerra fuese un medio útil para lograr la paz. En el caso venezolano el medio para avanzar es la unidad, el instrumento que es necesario fortalecer para poder reconstruir un país en escombros. Los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil tienen ante sí un hermoso reto: construir una estrategia unitaria en la que ganen todos los ciudadanos y las organizaciones en las que participan. Por el contrario, todos perdemos si no somos capaces de convertir el inmenso anhelo de los venezolanos en fuerza creadora capaz de producir el cambio del modelo para poder reconstruir el país. La recuperación de las libertades y la democracia beneficia a todos y su voluntad se puede cuantificar, a diferencia de lo que ocurre con la indeterminada “voluntad general”.

Se abre una época de pactos más amplios y diversos, para construir una agenda básica de cambios. Abogamos por la unidad como medio para salir de este régimen y para poder iniciar su proceso de reconstrucción. Unidad para garantizar a los venezolanos una mejor calidad de vida, una vida decente, honrosa, para sustituir el imperio de la muerte por el de la ley y reconstruir con todos los venezolanos, allí donde se encuentren, un futuro promisorio para todos.


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