Hay personas que no se plantean metas para el nuevo año, aunque no es así entre mis amistades y colegas. Me atrevo a pensar que todo el mundo lo hace, pero posiblemente no lo digan por temor a ser reprochados al no cumplirlas, es por ello que los gimnasios (por dar un ejemplo) siempre están más llenos el primer mes del año. Cumplamos o no, cuando se acerca Nochevieja sentimos la esperanza de que nuestros sueños ¡por fin! podrán hacerse realidad, aunque la pesadilla chavista-madurista dedique todas sus fuerzas a frustrarnos para que nos paralicemos y seamos esclavos sumisos de su poder. Si algo puede molestar a la dictadura, además de celebrar la Navidad, es que cada uno de nosotros siga planteándose las metas del Año Nuevo, en especial si las mismas requieren más de nuestro esfuerzo que de la dependencia de sus dádivas alienantes. ¡Anímese querido lector y haga su lista de metas!

En mi caso (y acá van nuevas referencias autobiográficas) no he dejado de proponerme un conjunto de metas cuando se acerca el 31 de diciembre desde que era un niño de 9 años. Recuerdo que por mucho tiempo estuvieron relacionadas con los estudios o la compra de algún juguete o artefacto. A partir de los 13, cuando nació mi pasión lectora, se le incorporaron los títulos de algunos textos y las cantidades de libros por leer. A partir de los 20 fue la escritura y la salud (ejercicios físicos, costumbres alimenticias, etc.), pero también mayores bienes. Me fui perfeccionando en las metas y la lista fue creciendo, incluyendo diversos aspectos tales como el ámbito religioso (piedad, etc.). Así fue hasta que hace poco, ante la dura realidad, era muy raro lo que lograba. Decidí entonces reducirlas a unas pocas que posiblemente sí alcanzaría.

En general siempre hay una tendencia a la frustración, pero de tanto insistir y soñar poco a poco he ido convirtiendo en hábito los objetivos que me propuse. Mi consejo es que sea realista: establezca unas pocas que sí pueda lograr, aunque es fundamental que no deje de soñar e intente fijarse alguna que le exija más.

La más importante de las metas debe ser mejorar como seres humanos. Identificar algún aspecto de nuestra personalidad que deseamos cambiar y proponérnoslo. Es lo más difícil de todo, pero en ello debemos insistir siempre. A la larga se notará. Cuando miro el pasado observo la poca fuerza de voluntad que tenía, la inconstancia y comodidad. Ahora he logrado algo de disciplina. Posiblemente sea por estar más viejo, pero creo que fue más por insistir en esto de las metas, en no dejar de tenerlas. Fue lento y difícil, pero no dejo de vigilar para conservarla y perfeccionarla.

Un segundo aspecto es la familia, debemos proponernos tener tiempo para ella: conversar, abrazar, compartir, ayudar, ser pacientes, etc. Una tercera es perfeccionar nuestro trabajo, para ello la formación debe estar presente.

En mi caso, por dedicarme a la docencia universitaria, la lectura y escritura (o quizás sea al revés: me dedico a la docencia porque amo leer y escribir) tienen un lugar preponderante en los objetivos del Año Nuevo. En mi adolescencia me propuse leer cada vez más libros, pero después descubrí que lo fundamental era saber seleccionar los mejores textos para mi formación académica. Desde hace unos años asumí la costumbre de leer dos libros a la vez: uno de historia (área de estudio en el que me desempeño) y otro de ficción (clásicos de la literatura), y alternar historia de Venezuela con la universal y en la ficción, la literatura venezolana y la extranjera. Para lograrlo he elaborado listas que identifican los escritores más importantes en cada área. También he establecido unos mínimos anuales de lecturas de algunos temas y autores que he establecido como mis maestros.

Los temas y autores son principalmente en los que desarrollo mis investigaciones, y en lo que respecta a mis maestros de la escritura son: Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y George Orwell; y en la producción historiográfica: Marc Bloch, Jacques Le Goff, John Keegan y Elías Pino Iturrieta, Manuel Caballero, Diego Bautista Urbaneja, entre otros. En la escritura tengo el gran reto de pasar de 500 palabras diarias a 1.000.

Y finalmente, no podemos dejar de plantearnos la colaboración en las grandes metas sociales, porque no somos “islas” sino ciudadanos de una República. En el caso de Venezuela este aspecto es más urgente y necesario, no podemos llegar a la conclusión de que en nuestras manos no están los destinos de la nación al pensar erróneamente que la participación cívica (el voto, las protestas, los partidos políticos, la libre expresión, etc.) han sido prohibidas por la dictadura chavista-madurista. Porque es precisamente lo que ellos buscan: un individuo aislado y temeroso, que no le quedará otra que entregarse sumisamente a los mecanismos de dominio. ¡No podemos darles gusto! ¡La solución no se reduce a Maiquetía!

Debemos levantarnos una y mil veces y no caer en las prédicas de la antipolítica: “No voy a votar más”, “todos los políticos son cómplices”, “la MUD no puede reestructurarse”, “solo los militares tienen la solución” y un largo etcétera que deja nuestras vidas en manos de otros. Algo podemos hacer para lograr la victoria en las presidenciales del año que viene, cada demócrata venezolano debe conseguir su papel y asumirlo, pero nunca puede ser el abstencionismo paralizante.

Aprovecho este último artículo del año 2017 para recordar a los que nos han dejado o sufren cárcel por anhelar que Venezuela sea una próspera democracia. Y agradecer a todos los que me han apoyado en un año tan duro, y muy especialmente a ese ejemplo de prensa libre que es el diario El Nacional por haberme permitido ser parte de sus columnistas. En este sentido hago mención especial de la periodista Patricia Molina y mi querido maestro Elías Pino Iturrieta. A todos los venezolanos les deseo un feliz año 2018, y les recuerdo: ¡No nos rindamos jamás!


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