El personaje de una película mexicana, llamado Jalisco, se caracterizaba porque nunca perdía. Inspirada en esa misma idea de la figura invencible, en Estados Unidos se produjo una serie de televisión (Parker Lewis nunca pierde, o Parker Lewis, el ganador), que también llegó a las pantallas venezolanas. La historia viene a cuento porque precisamente eso es lo que ocurre con los dictadores; parece que no hay forma de que pierdan una elección.

En octubre de 2002, una especie de Tibisay Lucena del gobierno iraquí de esa época anunció al mundo que, “en una manifestación singular de democracia, superior a toda otra forma de democracia, inclusive a la de aquellos países que estaban asediando e intentando estrangular a la nación”, Sadam Hussein había sido reelegido ¡con el 100% de los votos! Por supuesto, ayudaba el hecho de que el tirano iraquí tuviera la “hegemonía comunicacional”, controlara las condiciones en que se votaba, y que no hubiera oposición, pues sus líderes estaban en el exilio o en la cárcel. ¡La gente tenía miedo!

Zimbabue, uno de los países más miserables de África, con una inflación escandalosa que refleja la ineptitud de sus gobernantes, desde 1987, solo ha tenido como presidente de la república a Robert Mugabe; hace pocos meses, a sus 93 años, este tirano anunció que nuevamente buscará la reelección. Si la salud le acompaña, no puede haber ninguna duda de que volverá a ganar las elecciones previstas para 2018. Aunque parezca increíble, desde su entronización en el poder, en medio de un clima de represión y de violación sistemática de los derechos humanos, Mugabe ha ganado sucesivamente cada elección presidencial. La Unión Europea entiende que su gobierno carece de legitimidad, pues no es el resultado de elecciones libres, y porque los resultados anunciados han sido fraudulentos. Pero lo cierto es que Mugabe ha sabido “ganar” todas las elecciones a las que se ha presentado y, tal vez por su pericia para mantenerse en el poder, ha sido premiado con una copia de la espada de Bolívar.

En nuestro continente, Daniel Ortega ha demostrado una especial habilidad para inhabilitar a cualquier candidato de la oposición. ¡De alguien lo habrá aprendido! A pesar de que la Constitución de Nicaragua prohíbe la reelección, se presentó como candidato (con la autorización y el aval de quien allá hace las veces de Lucena), y ha vuelto a “ganar”, con la presencia de observadores internacionales elegidos a dedo.

Pero, el sistema electoral más excelso, del cual nuestros gobernantes han aprendido mucho, es el cubano. En 1976, después de haber fungido como primer ministro, Fidel Castro fue elegido presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, cargos para los que fue reelegido sin oposición hasta que anunció su retiro del poder, aunque cediéndolo a su hermano Raúl, como corresponde en cualquier dinastía que se precie. Sin que se permitiera la participación de partidos políticos distintos del Partido Comunista, sin libertad de expresión, sin libertades públicas, y con un firme control de quien contaba los votos, Fidel Castro también era reelegido por unanimidad; después de que alguien tuviera la genialidad de calificar esa isla como “el mar de la felicidad”, sería insensato que sus ciudadanos hubieran renunciado a ella, buscando una vida diferente.

El estamento militar siempre ha jugado un papel decisivo en todas esas dictaduras. Rafael Leónidas Trujillo nunca hubiera sido “elegido” sin el apoyo de los militares. En dictadura, los militares no se conforman con ser simples garantes de lo que decida la voluntad popular; su misión no es solo intimidar, sino garantizar que el pueblo no se equivoque y que su voluntad no será distinta de los deseos del sátrapa de turno.

Quiero creer que Venezuela es diferente.


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