Va, creo, para cien días en la cárcel. Todavía no se sabe cuáles son los hechos que se le imputan. Se le acusa, sobre la base de quién sabe que interpretación de quién sabe cuáles normas, de traición a la patria, rebelión militar y sustracción de armas de guerra y, siendo civil, será juzgado por un tribunal militar. De paso, parece ser, según cuentan, que una granada que le encontraron es una antigüedad de la Segunda Guerra Mundial y funciona ahora como pisa papeles o, supongo yo, como pelotica para lanzarla al aire en los momentos de estrés. Además, fue denunciado ante la opinión pública por el propio presidente Maduro, quien lo acusó de pretender hackear la página web del CNE.

Pero no vale la pena entrar en los pormenores del caso, pues la suya es historia más o menos conocida, repetida, además, en muchos venezolanos hoy en día presos, prueba de que entre nosotros el Estado de Derecho es cada vez más una ficción. En fin, como dijo alguien, no hay peor autoritarismo que el que se disimula a la sombra de las leyes y con los colores de la justicia

Digo lo que digo a propósito de Roberto Picón, profesional muy competente, pero peligroso. Esto último lo digo porque desde hace algún tiempo tuvo la mala idea de irrumpir, a partir, sobre todo, de su sapiencia tecnológica como ingeniero, en el tema electoral, dándose a la tarea de proponer varias y diversas maneras de garantizar el voto ciudadano. Tuvo, igualmente, la mala suerte, por decirlo de alguna manera, de convertirse en un hombre clave para los partidos de oposición de cara a los próximos comicios, como ya lo había sido en los eventos electorales celebrados en los últimos años. En un país en donde la institucionalidad encargada del arbitraje social hace agua por todas partes, se trata, comprensiblemente, de una persona no grata en los pasillos gubernamentales.

Aprecio mucho a Roberto Picón. Lo admiro por su inteligencia y por su honradez política. Pero no escribo esta cuartilla solo por él. La escribo también pensando en los otros muchos ciudadanos que, como ya señalé, se encuentran en su misma situación, como consecuencia de parecidas arbitrariedades, las cuales empiezan a mostrar visos de costumbre

Harina de otro costal

El próximo domingo tendrá lugar la elección de gobernadores. El país se presenta a esa cita con demora, pues debieron haberse realizado en diciembre del año pasado. Y llega transitando un camino con muchas irregularidades, la primera de ellas la propia convocatoria, hecha por la asamblea nacional constituyente, sin que esta tuviera vela en el entierro, a pesar de lo cual fue aceptada inmediatamente por el CNE.

El país asiste, así pues, a un evento que contraría en buena medida el manual básico que compendia las buenas prácticas que deben fundamentar la realización de los comicios en una democracia. No se trata, por tanto, de una competencia gobernada por el fair play, regulada por un árbitro imparcial. Sin embargo, ello no debe ser motivo para dar “forfait”. Al contrario, los venezolanos deben presentarse a votar y dejar constancia de su opinión sobre el estado actual del país, un país que cada vez se parece menos a ellos. Y hacerlo sabiendo que la posibilidad de la trampa es inversamente proporcional a la cantidad de sufragios que se emitan, sencillamente porque, como lo ha señalado Perogrullo, es más difícil de esconder. Convencidos, por otro lado, de que el desenredo de nuestros actuales problemas pasa, no solo, pero sí de manera muy relevante, por plantarse el próximo domingo frente a la pantalla de la computadora del CNE.

Sería lamentable que la suerte del país fuera determinada por los que pasaron de largo frente a los centros de votación. En efecto, todo indica que en el escenario actual, la abstención es un acto vacío de significados, algo incomprensible, por decir lo menos.


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