A solo quince días de las elecciones de gobernadores hay indicadores que evidencian que la desunión de la oposición es inevitable. Para muchos es inconcebible que el bloque partidario de la democracia se haya dividido de forma tan armígera cuando los resultados de las luchas que se han llevado a cabo evidencian que las mismas ha rendido frutos positivos.

Hace poco más de un año éramos oídos por la comunidad internacional pero solo algunos de sus miembros se pronunciaban de forma tajante a nuestro favor y en contra de la tiranía de Nicolás Maduro. Para entonces la mayoría de nuestros vecinos, especialmente esos que en el pasado recibieron todo el apoyo de nuestro país para restaurar la democracia en sus territorios, guardaban un silencio ensordecedor e inexplicable que obviamente se sostenía por razones comerciales y la solidaridad implícita derivada del mutuo ideario izquierdista. Apenas Luis Almagro, el secretario general de la OEA, un grupo importante de ex presidentes latinoamericanos y dos de España, el actual presidente de este último país (Mariano Rajoy) y algunos miembros del Congreso de Estados Unidos se pronunciaban claramente en contra del régimen de Maduro y a favor de la oposición democrática.

El cambio en el panorama se fue concretando en la medida en que el intercambio comercial con Venezuela empezó a deteriorarse a pasos agigantados. A esa realidad se unieron otras singularidades: la emigración venezolana empezó a crecer cada vez más; las escenas dantescas de gente haciendo enormes colas para procurarse alimentos y medicinas recorrieron el planeta a través de noticieros de radio y televisión, artículos y reportajes de prensa, y mensajes por las redes sociales; las denuncias de la corrupción generalizada de la élite del gobierno revolucionario se hicieron más visibles dentro y fuera del país; y las acciones y decisiones arbitrarias e ilegales de los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo (mientras estuvo controlado por la revolución), así como el Consejo Nacional Electoral, se convirtieron en hechos cotidianos que se difundieron a lo largo y ancho del planeta.

La vuelta a la tortilla se produjo recientemente. El acontecimiento disparador fue la elección de la actual Asamblea Nacional, en diciembre de 2015, que barrió prácticamente con la revolución bonita. En ese momento la cuerda se tensó peligrosamente y los incidentes que de allí derivaron funcionaron como quitavenda de los países e instituciones que hasta entonces no querían ver nuestra realidad política.

Hoy los aliados extranjeros han crecido como la verdolaga y, sin excepción, presionan al gobierno para que allegue una solución pacífica –y de mutuo acuerdo– con la oposición. En otras palabras, quienes nos apoyan ahora no quieren la intervención de nuestros militares ni una guerra civil en Venezuela; lo que ellos pretenden, más allá de las disonancias de Donald Trump, es una solución sosegada, en paz y que no provoque luchas o discordias ni intervenciones de otros países.

Es cierto, sin embargo, que en el pasado, luego de alcanzarse acuerdos con el bloque opositor, el régimen no cumplió sus compromisos y utilizó el diálogo para desprestigiar la imagen de la MUD ante sus partidarios más radicales. Pero también es verdad que en ese momento las fuerzas democráticas no tenían el apoyo global y firme que hoy día es una realidad incontrastable y que, además, presiona a ambos bandos para que encuentren una salida consensuada.

El más reciente pronunciamiento de un grupo importante de esa comunidad internacional se produjo el pasado 20 de septiembre, cuando los cancilleres de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú reunidos en la ciudad de Nueva York, en seguimiento de la Declaración adoptada en Lima, el 8 de agosto de este año, acordaron, entre otros puntos, hacer tres señalamientos esenciales: 1) el compromiso de redoblar esfuerzos para alcanzar una salida pacífica y negociada a la crisis que enfrenta Venezuela; 2) lamentar que en Venezuela se mantenga la ruptura del orden democrático; y 3) reconocer la iniciativa de República Dominicana de reunir al gobierno y a la oposición venezolanos, así como la decisión de ambas partes de invitar a algunos países como acompañantes de este proceso.

¿Qué hacemos entonces ante esa realidad incontrovertida? ¿Les gritamos a las democracias del mundo que solo queremos la salida “ya” de Nicolás y los suyos, y que no hay nada que negociar? ¿O actuamos con el sosiego político que exige la peligrosa situación que tenemos frente a nosotros, siguiendo la misma ruta que se anduvo con éxito en Chile, Centroamérica, España y Suráfrica?

Al decidir la vía a seguir no perdamos de vista nuestra realidad: Maduro y su grupo tienen la fuerza bruta que se apoya en las armas de la Fuerza Armada Nacional –institución que le dio la espalda a la Constitución–, y nosotros, el poder y la fortaleza del voto.

No dejamos de reconocer que los acontecimientos recientes justifiquen la necesidad de algunas reformulaciones en la MUD, pero lo peor que podemos hacer es dinamitarla en el preciso momento en que estamos a las puertas de unas elecciones establecidas en la Constitución y que, a pesar de que se efectúan con desfase, son la expresión del espíritu democrático que representan las fuerzas opositoras.

Roguemos que los críticos férreos de la MUD, que hoy se resisten a ir a votar el 15 de octubre, mediten en profundidad su decisión y no olviden la sabiduría detrás del refrán popular: más vale malo conocido que bueno por conocer. El pasado histórico puso de manifiesto que la antipolítica y la salida de Carlos Andrés Pérez no fueron la solución a nuestros males. Para infortunio del país, esos lodos trajeron estos polvos.

De lo único que podemos estar seguros es de que los grandes beneficiarios de la abstención serán Nicolás Maduro y sus secuaces. De concretarse un hiato como ese en la unidad, la alternativa democrática recibirá un golpe que podría ser catastrófico.

La aclaratoria que María Corina Machado hizo recientemente en la entrevista que le realizara la Deutsche Welle (servicio de radiodifusión internacional de Alemania), con respecto a las elecciones en ciernes, es importante: “Soy Venezuela no llama a la abstención ni juzga a quienes planean participar en los próximos comicios regionales. Lo que hacemos es insistir en la necesidad de retomar las movilizaciones, de hacer visible de nuevo el enorme descontento prevalente en el país”. ¡Enhorabuena! No obstante, todavía un grupo significativo de opositores se mantienen en sus trece.

Para una situación también vital como la nuestra, Paul Auster hizo un registro paradigmático en El libro de las ilusiones: “Todos queremos creer en los imposibles, supongo, convencernos de que pueden ocurrir milagros”. Es por ello que hay que concienciar que, como nunca antes, el voto castigo de la oposición unida tiene una verdadera razón de ser este venidero 15 de octubre.


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