En las últimas semanas se han publicado en El Nacional tres artículos, dos de monseñor Ovidio Pérez Morales (21de junio: “Mal y malignidad”, y 19 de julio: “Salir de la gran tribulación”) y uno del padre salesiano Alejandro Moreno (17 de julio: “La dificultad de comprender”), que tratan el tema del mal en la acción del actual gobierno en Venezuela. Los mismos me han hecho pensar en la hipótesis siguiente: ¿estamos ante lo que san Juan Pablo II llamaba “ideología del mal” (2005, Memoria e identidad)?

Desde hace bastante he venido pensando en ello, y si en el pasado era algo que podía generar polémica o dudas, ahora no hay posibilidades de confusión. No luchamos solo contra la incapacidad, la incompetencia o una forma específica de atender el bien común. ¡No! Estamos ante un proyecto que tiene en la malignidad (en palabras de monseñor Pérez Morales: “la perversidad, regodearse en hacer el mal”) su condición esencial. Al tener esto claro, el análisis de la realidad y la acción para transformarla cambia radicalmente.

Monseñor Pérez Morales nos dice en su primer artículo: “La malignidad implica planificación y poner en funcionamiento integrado inteligencia, habilidades y medios aptos; se tiene entonces una opacidad de la conciencia, que obstaculiza el reconocimiento de lo malo y, consiguientemente, una conversión. Algo parecido a lo que Jesús advierte acerca de los pecados contra el Espíritu Santo (Mateo 12, 31)”. Y en el segundo, al referirse a la última exhortación de la Conferencia Episcopal de Venezuela (11 de julio de 2018), señala que los obispos ya califican lo que nos ocurre “con los términos apocalípticos de ‘gran tribulación’ (ver Ap 12, 7-12). Enfrentamiento con las fuerzas mismas del mal, caracterizadas bíblicamente como diablo, Satanás, dragón y serpiente”.

El padre Moreno, en el artículo citado, dice: “Saber que esta razia no produce sino muerte y persistir en ella por la pura voluntad de destruir todo lo que hay de humano en nuestra vida, es una posibilidad. Entonces, el sentido de todo esto sería solo el querer, la búsqueda del triunfo total de la voluntad y por tanto del poder, sin razón ni racionalidad ningunas. Estaríamos, pues, sumergidos en el reino del mal, un reino que no solo es malo, sino maligno, como ha dicho Ovidio Pérez Morales” (en el mismo texto al que ya nos referimos). El poder ha quedado desnudo en el actual régimen, en el sentido último que señala el sacerdote salesiano. No hay otro objetivo en esta creciente destrucción de todo aquello que sustenta la dignidad de los venezolanos. Si existe una explicación de todo esto en un cuerpo doctrinario de ideas, estas solo pueden tacharse como “ideología del mal”, como un proyecto de país que busca un fin perverso.

¿Qué es la “ideología del mal”? Es todo cuerpo de ideas o pensamientos que señala que “el hombre puede decidir por sí solo, sin Dios, lo que es bueno y lo que es malo, y por tanto puede disponer que un determinado grupo de seres humanos sea aniquilado”, y por ello el aniquilamiento de gente no es solo físico, puede ser también de tipo moral: “Se impide más o menos drásticamente a la persona el ejercicio de sus derechos” (Juan Pablo II, p. 24). Aunque la mirada estaba colocada sobre el comunismo y el fascismo fundamentalmente o en las tendencias proabortistas, no se reducía a ellos. En todo caso, a medida que se ha desarrollado el ejercicio del poder del chavismo, sus vínculos con la ideología de izquierda radical (el comunismo) se han hecho más que evidentes. Quien se opone a la oligarquía gobernante no es considerado pueblo y, por tanto, es despojado de sus derechos. De ellos solo quedan algunas virutas y las mayorías se aferran a la condición de superviviente.

La ideología del mal tiene en la violencia su principal medio para gobernar, no negocia ni dialoga, ve al contrincante político como el enemigo, y por tanto susceptible de ser destruido o execrado de la vida pública. En su discurso, la mentira es lo dominante, porque “la revolución” está por encima de toda verdad, ley o moral. Por todo ello, no promueve la paz debido a que manipula la justicia, y no cree en la solidaridad sino en la homogenización social obligada, en la que las mayorías son pobres e incluso miserables, de modo que el control por el hambre se facilita. En lo que respecta a la democracia-liberal, considera este sistema –siguiendo los principios marxistas– como el gobierno más opresivo de la clase burguesa, por lo que el objetivo es su destrucción.

No lo niego, esto es desolador, pero no podemos temer a la verdad ni a ningún aspecto de la realidad. Y finalizo con las sabias palabras que nos dejaron nuestros obispos en la citada exhortación de la CEV: “17. No debemos desanimarnos nunca frente a los desafíos de un presente incierto y difícil: al contrario, puesta nuestra confianza en Dios, que nos da la fuerza para el testimonio y para hacer el bien, afiancemos las exigencias en favor de la justicia y la libertad. (…) La esperanza y el compromiso concreto deben llevarnos a ser samaritanos unos de otros en esta hora difícil en que nos encontramos”. Y en su último punto: “Dios nos reitera: ‘No temas, yo estoy contigo’. En sus horas de dolor y prueba, el creyente se toma con más fuerza de la mano de su Señor”.


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