“La mejor forma de destruir la civilización occidental, sin disparar un solo tiro, es desquiciar su moneda”, decía Lenin. La inflación es precisamente el mecanismo capaz de lograr el objetivo planteado por Lenin.

La inflación siempre resulta de un crecimiento anormal del gasto público. Al respecto decía Milton Friedman, premio Nobel de Economía 1976: “Los gastos gubernamentales pueden ser inflacionarios o no. Serán inflacionarios, fuera de toda duda, si se financian creando moneda, o sea imprimiendo billetes o creando depósitos bancarios”.

A pesar de que lo prohíbe expresamente el artículo 320 de la Constitución, eso es exactamente lo que está ocurriendo en Venezuela. El BCV está creando moneda para financiar los gastos gubernamentales. Tanto el déficit fiscal como el déficit en el flujo de caja de las empresas del Estado están siendo financiados por el Banco Central. Ello se constata al comprobar que la liquidez monetaria anualizada a noviembre de este año ha crecido en 763% y que el financiamiento del BCV a empresas públicas no financieras aumentó en lo que va del año en 1.330% (la mayor parte para cubrir necesidades de Pdvsa).

En mi libro Fundamentos de Teoría Económica (Panapo, 2005) explico: “La hiperinflación es el último estadio del mal inflacionario. Cuando se llega a ella, la condición patológica del mal ha adquirido características terminales y las economías que la padecen sufren procesos de desintegración, en tanto que la sociedad experimenta carencias de todo tipo que desembocan en una descomposición moral. Tanto el dinero como su velocidad de circulación crecen a un ritmo cada vez más elevado. El nivel general de los precios experimenta, por lo tanto, aumentos fenomenales y las tasas de inflación alcanzan cifras de cuatro y cinco dígitos. Los desequilibrios macroeconómicos van acompañados de una marcada inestabilidad política”.

Se considera que hay hiperinflación: 

  • Según Philip Cagan (Dinámica monetaria de la hiperinflación) cuando la inflación mensual supera 50%. 
  • Según Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, en las economías modernas, cuando la inflación alcanza 500% al año. 
  • Según la International Accounting Standards Board, cuando la inflación supera 100% durante más de 3 años. 

Venezuela califica para las tres condiciones.

La hiperinflación es un ciclo inflacionario sin tendencia al equilibrio. Conduce a un círculo vicioso que en forma sucesiva va adquiriendo cada vez más velocidad y se agudiza con cada repetición del ciclo. La moneda pierde su valor real y la población experimenta carencias de todo tipo y una grave merma del valor de su salario y de sus ahorros monetarios.

Latinoamérica se ha visto afectada en el pasado por altos niveles de inflación, pero pocos incidentes de hiperinflación. En estas naciones la patología monetaria más frecuente fue la “estanflación”, en la cual las altas tasas de crecimiento de los precios coincidieron con el estancamiento de sus economías. 

No es eso lo que está ocurriendo en Venezuela. En nuestro caso la hiperinflación no coexiste con un estancamiento, sino con una destrucción masiva del aparato productivo y una brutal contracción del PIB que en términos per cápita puede alcanzar a 40% en 4 años.

Vale la pena señalar que no hay gobernantes vivos que hayan podido sostenerse en el poder en un ambiente de hiperinflación. El único caso que se podía mencionar hasta ahora era el de Robert Mugabe en Zimbabue. Pero Mugabe ya cayó.

La hiperinflación conlleva intensas dosis de sufrimiento humano. Aunque el gobierno pretende mitigarlo aumentando los salarios, en realidad el beneficio que se deriva del aumento es superado por el perjuicio inflacionario que desencadena. Tampoco el control de precios funciona porque desestimula la oferta y profundiza la escasez, alentando el mercado negro donde los precios se dolarizan. El tejido social comienza a resquebrajarse. La hiperinflación conduce a una hiperdevaluación como la que vemos en el mercado paralelo y ambas patologías se retroalimentan. La inestabilidad política es una consecuencia inevitable de la hiperinflación.


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