Heinz Dieterich y sus seguidores finalmente asisten al hundimiento del “nuevo proyecto histórico” que, inspirado en el legado ideológico del marxismo, intentaba sustituir la sociedad capitalista por una democracia “participativa y protagónica”. Volviendo sobre malogrados dogmas de la teogonía revolucionaria de los años sesenta, el propósito de aquellos iluminados no fue otro que convertir las economías de la región hispanoamericana en estructuras ineptas para satisfacer las necesidades básicas de la gente. Naturalmente, era necesario comenzar por repetir la vieja prédica de las izquierdas de siempre, según la cual éramos victimas del imperialismo norteamericano y europeo. Y así preconizaban la fábula del socialismo del siglo XXI como fórmula para un desarrollo endógeno que reeditaba primeramente el nacionalismo y, en áreas llamadas estratégicas, la propiedad estatal de los medios de producción. De Nuevo Proyecto devino en Nuevo Fracaso, en este caso con consecuencias devastadoras para la población de un país que como Venezuela todavía dispone de ingentes recursos para su desarrollo.

El populismo extremo, cuya expresión cabal se desdobla en el ejemplo de Chávez Frías y su fórmula bolivariana, ya hemos dicho que igual que los artífices del socialismo real desaparecido tras la caída del Muro de Berlín, sustenta su proyecto político y permanencia en el poder en la propaganda y en el aparato represivo del Estado. Y en ese camino de mentiras y medias verdades tienen por costumbre vitorear sus contestables logros que suelen, además, adornar con la consigna: “hecho en socialismo”, como si eso fuese en verdad meritorio. Pues bien, a las resultas del desastre venezolano sí que le vendría bien la etiqueta “hecho en socialismo”.

Prácticamente la totalidad de lo actuado en las últimas dos décadas por un rollizo Estado que todo lo interviene y desmejora hay que revertirlo, si es que queremos devolverle la confianza a la ciudadanía y a los agentes económicos para que inviertan sus capitales y esfuerzos en empresas que traigan prosperidad; habrá que privatizar sin miedos aquellas unidades de negocios que nunca debieron caer en manos del Estado ineficiente y clientelar, así como abrir las puertas a la inversión extranjera, naturalmente, siempre atendiendo al interés nacional, sin que ello signifique otorgar preferencias a quienes no las merecen. Y entiéndase de una vez por todas que el interés nacional no consiste en regular, complicar, restringir ni limitar actividades lícitas de los emprendedores y dueños del capital; el Estado es el llamado a facilitar la inversión privada y a proporcionar garantías de respeto al derecho de propiedad –incluido el que recae sobre mercancías que acopia y expende el comercio–. Solo así habrá inversión, progreso y bienestar general.

Pero, ¿qué hacemos los partidarios de la democracia y del capitalismo para resaltar los méritos de nuestras ideas y actuaciones en la economía y en la política? Si vamos al caso venezolano de finales del siglo XX, resulta evidente el suicidio colectivo en aquellas elecciones postreras que dieron el triunfo a la antipolítica. Ya hemos dicho que no valoramos la democracia, tampoco la defendimos, no supimos dar relieve a tantos y tan importantes logros en beneficio de la libertad, del mejoramiento económico que nos trajo el capitalismo y de nuestra evolución como sociedad. Venezuela avanzó en muchos frentes, sobre todo en el petrolero, en el que Pdvsa llegó a ser una de las empresas más exitosas y mejor gestionadas del mundo. Igual podríamos hablar de los avances en la agricultura y la ganadería, en la industria manufacturera, en las telecomunicaciones y en la educación, que ha hecho posible que los venezolanos se destaquen en las mejores universidades de Europa y Estados Unidos. Obviamente, también se cometieron faltas y errores. Sin duda, lo bueno y trascendente de tal experiencia histórica fue enteramente hecho en democracia.

El éxito de los populistas de izquierdas de la hora actual ha sido precedido por su penetración en la cultura, su presencia en las escuelas universitarias, en las academias, su activismo en los medios de comunicación de masas. Lograron aniquilar el sistema desde adentro, el mismo que les dio viabilidad política y facilitó su libre acceso al poder público. Y no solo cuestionaron los logros de la democracia venezolana, sino que además pusieron en marcha un plan no consensuado de intervenciones y cambios en la política, en las instituciones públicas y en la economía, que dio al traste con la democracia misma.

El Robin Hood de los desamparados ha vuelto a las suyas con unas recientes medidas de ajuste económico que no son tales, con un plan que no es plan. Partiendo de falsos supuestos que hacen la propuesta inviable desde su concepción misma, arremeten una vez más contra el sector privado y crean expectativas que no se cumplirán en beneficio de la población. Hay quienes dicen que se trata de un propósito deliberado; no discutiremos el punto en esta oportunidad. Baste por ahora anticipar que la realidad volverá a imponerse con dureza, que no se resolverán los problemas que nos agobian ni habrá piso político ni sostenibilidad racional a la gestión de gobierno. Pero seguimos confiando en la firmeza de nuestras fuerzas morales, aquellas que no se doblegan, que escaldaron en su obstinada responsabilidad de resguardar la República civil siempre triunfante en democracia.


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