La hambruna en Venezuela es un hecho cierto, verificable y ya registrado en investigaciones científicas que dan cuenta de una disminución sustancial del peso y la talla de la población, y del escalamiento de la muerte de niños y ancianos por desnutrición.

Desde hace seis años, por lo menos, venimos registrando informes técnicos, que avalan nuestra angustia por un tema que percibimos en nuestro permanente peregrinar por la geografía venezolana. En efecto, recibimos a cada momento el testimonio de nuestros compatriotas cuando confiesan las dificultades para acceder a la alimentación.

Ya en el 2011, en el informe Mejorar la Nutrición Infantil, la Unicef indicó que 468.000 niños padecían desnutrición crónica en Venezuela, 16% de los cuales tenía problemas de crecimiento.

Luego, “entre enero y mayo de 2016 el índice de desnutrición en Venezuela pasó de 13,4% a 25% en toda la población, según Susana Raffalli, nutricionista miembro de la Fundación Bengoa. Genny Zúñiga, socióloga e investigadora del Centro de Investigaciones Sociales y Económicas de la UCAB, afirmó que las principales causas son la escasez de alimentos y la inflación, la cual según estimaciones de Econométrica alcanzó en abril de este año 412%.” (Tomado del portal Runrunes, en trabajo de Sabrina D’Amore del 30 de junio de 2016).

Después la Fundación Cáritas de la Iglesia Católica, en su informe del último trimestre del año 2016, comunicó que pudo comprobar a través de una evaluación nutricional en 25 parroquias de cuatro entidades regionales, a saber, Miranda, Vargas, Zulia y el Distrito Capital, que la desnutrición aguda, expresada en el poco peso según estatura está presente en 53% de los niños menores de cinco años. En niños cuyas edades oscilan entre seis meses y dos años la desnutrición aguda global alcanza 22.1%.

Estos son los datos de centros de investigación privada porque el gobierno, desde hace más de una década, escondió toda información estadística sobre estos y otros asuntos de interés nacional.

Esta dramática situación nos ubica en lo que podemos llamar una hambruna. El informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Nutrición Humana en el Mundo en Desarrollo, define a la hambruna “como una grave escasez de alimentos en un área geográfica grande o que afecta a un gran número de personas”, y se especifica que aunque en casos de malnutrición generalizada o hambre crónica no se usa el término, las consecuencias en la población son exactamente las mismas.

Es esa precisamente la situación que hoy vivimos en Venezuela. Estamos ante una hambruna revolucionaria.

Revolucionaria porque es la llamada “revolución bolivariana” o el llamado “socialismo del siglo XXI” el que ha traído al país a esta situación.

Los voceros de la camarilla gobernante no asumen su responsabilidad. Siempre tienen un culpable, un tercero responsable. Es el Imperio o la oligarquía, o Fedecámaras, o Colombia, o los industriales, o los comerciantes, los responsables. Todos, menos quienes durante 18 años han venido gobernando y destruyendo al país.

Ahora, en estos últimos ocho días, la culpa de la hambruna que padece la mayoría de nuestros hermanos venezolanos es del presidente de estados Unidos, Donald Trump, por haber aplicado sanciones económicas a nuestro país.

Todo el aparato comunicacional y propagandístico del régimen encontró a quien responsabilizar por una situación que se viene presentando desde hace ya por lo menos seis años, como demuestro en el presente trabajo.

Frente a esta dramática situación de hambruna y escasez de servicios de salud y medicamentos, no hay excusa posible. La camarilla roja ha dispuesto de todo el poder político por ya casi dos décadas, y de la más cuantiosa suma de recursos económicos de que tenga memoria nuestra historia financiera y/o país alguno de América Latina.

Esos recursos fueron malbaratados y robados, pero adicionalmente dicha camarilla destruyó una economía que, en medio de sus limitaciones, ofrecía un cúmulo sustancial de alimentos para nuestra población.

De nada sirvió la expropiación de más de dos millones de hectáreas que hoy nada producen. De nada sirvió la expropiación de Agroisleña, de Lácteos Los Andes, de los centrales azucareros y de cientos de plantas procesadoras de alimentos y bebidas en todo el país.

Todo ello ha producido una brutal caída del pie de cría nacional, un cierre de miles de granjas avícolas, porcinas y piscícolas. En fin, una caída dramática de la oferta proteica en nuestro país. Igual ocurre con la producción de cereales. Las políticas socialistas han significado un retroceso abismal en su producción.

Está demostrado científicamente que la hambruna es una responsabilidad total del régimen socialista. No hay forma de buscar culpables en otro lado. La burda propaganda justificando esta hambruna, por las medidas del gobierno americano, solo constituye una nueva excusa de una camarilla sin ética que se aferra a la mentira de la misma forma que se aferra al poder.


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