Entender nuestra realidad es difícil y a veces confuso, debido a que la verdad no es clara y menos de aquellos que deben propagarla, pues se esconden en las tinieblas de la ignorancia, arrastrando consigo a todo un país para que comulguen con ideales del pasado, para construir un futuro desconocido.

Gran parte de la sociedad venezolana, desde finales del siglo XX, pedía a gritos un cambio, debido al desgaste que sufrieron los partidos tradicionales; se le sumaron también los grupos económicos, militares y políticos, que presionaban por sus intereses personales y de partidos, añadiendo, además, que la institucionalidad del Estado estaba en constante discusión, ya que no se respetaban los derechos fundamentales de la mayoría, porque su función era favorecer esa minoría parasitaria del gobierno de turno, engendrada y parida en el Pacto de Puntofijo, acuerdo de gobernabilidad firmado el 31 de octubre de 1958, entre los partidos políticos venezolanos Acción Democrática (AD), Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) y Unión Republicana Democrática (URD), es decir, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba respectivamente, dejando afuera al Partido Comunista, que fue el detonante de la lucha armada de los años sesenta, pero eso es otra historia.

La finalidad de ese pacto fue garantizar el desarrollo de una vida democrática, a los pocos meses después del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y antes de las elecciones de diciembre de ese mismo año. Con el paso del tiempo, el deterioro programático y la falta de respuestas que la mayoría de los venezolanos pedían a gritos en esos años ocasionaron una implosión, que se vio reflejada durante los saqueos de febrero-marzo de 1989 y los dos golpes de Estado del año 1992, es decir, el 4 de febrero y el 27 de noviembre.

En la década de los años noventa ya estábamos sumidos en problemas económicos, con un barril de petróleo que no llegaba a 10 dólares; inseguridad, corrupción, devaluación del bolívar, pobreza y una inflación que alcanzaría 98% de promedio anual. Estos y otros factores tenían como una única válvula de escape, las elecciones que se celebrarían el domingo 6 de diciembre de 1998, porque era necesario darle un giro de 180 grados a una realidad que tenía asfixiada a gran parte de la nación, que ya no confiaba en los adecos y los copeyanos.

¿Cuál fue el error? Muchos y ninguno. Solo se optó por seguir a un golpista carismático, con poder de convencimiento, que vendió mentiras como verdades, pero con la opción cierta de romper con la hegemonía del bipartidismo que existía, para producir ese cambio tan deseado por muchos venezolanos y tan necesario para la patria, según aquellos que apoyaron la elección de Hugo Chávez (RIP).

La transformación que se anhelaba para 1999, con el cambio de la Constitución, era el fortalecimiento de las instituciones, que se respetara el imperio de la ley para evitar la impunidad, separación y autonomía de los poderes, libertad informativa, económica y política, combatir la inseguridad y la corrupción, luchar contra la miseria, en fin, elementos que hicieron un gran peso en el momento de escoger al hombre que diera el golpe de timón al estamento político de la cuarta república, surgiendo así, lamentablemente, una sopa ideológica, con visos autoritarios, que se autoproclamaron bolivarianos y que lideran una seudorrevolución.

¿Qué ha cambiado? Todo y nada. Estos últimos 19 años Venezuela ha representado lo peor de lo que se criticó del puntofijismo, ahora repotenciado y con un añadido, con una alta dosificación de ineptitud e improvisación. Lo que importa hoy es mantener la indigencia, para generar esa dependencia necesaria del pueblo, para convertirlos en clientes políticos. Ya no se piensa, no hay libre albedrío, lo que importa es la adoración al jefe supremo, usar una franela roja y convertir las consignas en dogmas, acompañadas con canciones de Alí Primera.

¿Y los cambios? Se alteró todo, para empeorarlo. En este momento lo que importa es el control, desde el aparato productivo, hasta el pensamiento, porque ya no somos ciudadanos, sino pobladores de una gran extensión de tierra.

¿Hacia dónde vamos? A ninguna parte y a todos lados. Nuestro porvenir dependerá de un pajarito que habla, de rezar un Chávez nuestro y la claridad de interpretación de un dinosaurio, sobreviviente de la guerra fría.


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