I.

Habrá que esperar qué más nos dice la realidad, pues no ha parado de hablar desde el domingo 15 de octubre. Por ahora sabemos que el gobierno, contra todos los pronósticos, se alzó con 16 gobernaciones y 54% de los votos a nivel nacional. Y que lo consiguió a través de un proceso que, desde su misma convocatoria hasta el propio día de los comicios, estuvo marcado por violaciones de las normas establecidas, puestas de manifiesto en buena medida por el invento de reglas ad hoc ideadas para favorecer a los candidatos del gobierno (ver al respecto la página del Observatorio Electoral Venezolano: oevenezolano.org). Las transgresiones legales han continuado después, obligando a los candidatos opositores que ganaron a juramentarse en la ANC y asomando, entre otros desafueros, la designación desde Caracas de “protectores” en los estados en donde se desempeñarán como gobernadores.

En esencia, se menoscabó el derecho de los votantes y quedó en evidencia la actuación parcializada del CNE y, en general, de los poderes públicos, cuya actuación le dio la espalda a los principios de transparencias, imparcialidad y equidad, establecidos en el manual que rige cualquier evento electoral democrático  en cualquier lugar del planeta, hecho del que, por cierto, ha tomado debida nota la comunidad internacional.

II. 

Muchos creyeron que al día siguiente tendríamos un país un poco más aliviado, pero parece haber ocurrido todo lo contrario. La duda sobre los resultados deja la sensación de que perdimos todos, los opositores, los oficialistas, los que fueron y los que no fueron a los centros de votación.  Así, a los serios aprietos por los que atraviesa nuestra sociedad, hay que sumar ahora la profundización de la crisis política, ocasionada por la manera como tuvo lugar la designación de los gobernadores. Aquel lunes 16 amaneció un país receloso del voto, seguramente también del diálogo, y quién sabe si con la tentación, en algunos sectores, de recurrir a los caminos verdes para solventar nuestras desventuras colectivas. Sería una pésima noticia que lo que digo fuera siquiera probable.

III.

A raíz de lo ocurrido, por los lados opositores crece el convencimiento de que la MUD debe revisarse de pies a cabeza y determinar por qué no capitalizó el abrumador rechazo al gobierno del presidente Maduro. Urgente, por tanto, dicen muchos, que elabore un relato político que  interprete la actual realidad nacional y le dé un sentido a este país que, desde hace varios años, viene transitando por una calle ciega.

En los predios gubernamentales no se observa sino una gran euforia. El oficialismo fue mejor, sin duda, en el terreno de la estrategia. Logró, es cierto, voltear el escenario dibujado en las predicciones, pero 5 millones de votos no alcanzan a reflejar el humor político del país, ni siquiera, me aventuro a creer, el de todos los que apoyaron a los aspirantes del PSUV. En efecto, es esta una cifra abultada por una maquinaria apuntalada por el Estado, basada en la manipulación del elector a través de diversos mecanismos de control social, rayando casi siempre en el chantaje, y, como dije antes, favorecida por un sistema electoral cuidadosamente diseñado y pensado desde el ventajismo. Es, pues, una cifra parcialmente mentirosa, tal vez no en el sentido aritmético, pero sí en su significado político.

IV.

Salta a la vista que el país se le fue de las manos al gobierno. La crisis se le hace cada vez más aguda y compleja y no dispone para encararla sino de un catálogo de medidas “ideológicas” repetidas, de las que parece cautivo. Desde hace rato el chavismo luce consumido como proyecto político, tampoco interpreta bien al país y es incapaz de reinventarse luego de casi veinte años de gestión, no muy exitosos que digamos según lo muestran los diagnósticos a la mano.

El chavismo de ahora hace parte de un híbrido confuso e incómodo con el madurismo, envuelto en una épica de la que solo quedan consignas desmesuradas que parecieran, incluso, muy difíciles de vocear. Creo, pues, que 5 millones de votos, logrados en la forma como se lograron, no dan para presumir. Una parte importante de ellos proviene, como señalé, de los trucos legales y de la coacción sobre los ciudadanos, y también, cuidado con ignorarlo, de los desaciertos opositores. No se han generado en la convicción, ni tampoco en la fe y, menos que menos, en la confianza en el gobierno. En otras palabras, esos sufragios no alcanzan para disimular su responsabilidad en el desacomodo venezolano. Ni son suficientes, tampoco, para abatir las ganas de cambiar radicalmente las cosas que tiene la gente.

En fin, si yo fuera el presidente Maduro no me alegraría mucho con lo ocurrido el domingo de hace dos semanas. Estaría preocupado, y mucho.

Harina de (¿otro?) costal

Los vi alrededor de dos sacos de basura, ubicados en un lugar en donde suelen ir casi todas las tardes, a eso de las 4:00 pm.  Se trata de cinco niños, de siete u ocho años, y de un par de adolescentes. Estaban comiendo desperdicios y a la vez recogiéndolos en pequeñas bolsitas para llevarlos a su casa. Me encuentro cerca de ellos y puedo escuchar que uno de los niños dice, con la boca llena, que la basura era mejor antes.

Es terrible que esta pueda ser una manera de describir a la sociedad venezolana.


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