Lo triste, incluso aterrador, es que esa fatal ignorancia ha pervertido la conciencia de toda la oposición partidista que, incluso y posiblemente hasta de buena fe, se niega a advertir la naturaleza del cáncer incurable que nos afecta y hace metástasis. Ya corre solícita a clavarle el puñal por el pecho a nuestra moribunda democracia arrodillándose a los pies de la tiranía. Así, a la fatal arrogancia que según el pensador austriaco Friedrich Hayek pervierte a los socialistas se suma la fatal ignorancia de quienes, a pesar de ser sus víctimas, los secundan

 “¿Será posible que el gobierno entienda la inmensa gravedad de la situación que vivimos los venezolanos?”

Ramón Guillermo Aveledo

En 2003 publiqué a mis costos un libro que escribí a partir de los sucesos de abril de 2002 que intitulé Dictadura o democracia. Venezuela en la encrucijada. Su título presagiaba lo peor. Lo prologó Américo Martín y lo presentamos con el concurso de los amigos que había conocido y frecuentado colaborando en la Coordinadora Democrática: el mismo Américo, Julio Borges, Pompeyo Márquez y Alejandro Armas, entre otros. Y la inestimable generosidad de un grupo de reflexión de jóvenes emprendedores, entre quienes se encontraba Roberto Picón, quien sufriría, a quince años de distancia, el efecto del cumplimiento de la inexorable deriva dictatorial que presagiáramos por entonces y sobre la que quise alertar principalmente a la clase política e intelectual de quienes, suponía yo, tenían en sus manos la posibilidad real de provocar la debida y necesaria reacción en el seno de las élites venezolanas. Recuerdo a Sofía Imber y a Simón Alberto Consalvi entre quienes me honraran con su presencia. Fue, para honrar al gran venezolano que fuera Mario Briceño Iragorry, otro “mensaje sin destino”. Pasó sin pena ni gloria.

Reconocer la trágica encrucijada en la que nos habíamos entrampado, llevados de la mano de la proverbial deslealtad y ambición de las fuerzas armadas, la debacle de los partidos y la claudicación de las élites –el pueblo apenas si participó del asalto de la barbarie ilustrada, salvo como carne de cañón y motinesca fuerza de choque– no requería de mayores conocimientos de filosofía política. Bastaba con conocer la naturaleza populista, caudillesca y militarista de nuestra tradición, saber de la inveterada obsecuencia de los sectores empresariales respecto del omnímodo poder financiero del Estado petrolero, y haber vivido el asalto de las guerrillas coaligadas del marxismo venezolano con las voraces apetencias invasoras de Fidel Castro. Si uno de los principales protagonistas de la viril reacción de los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni que enfrentara victoriosamente la invasión cubana de mediados de los sesenta, Carlos Andrés Pérez, ya lo había olvidado veinte años después como para cometer la aberración de invitarlo en gloria y majestad a su democrática asunción de gobierno, coreado por un millar de personalidades de la academia, el arte y la cultura que lo detestaban a él y glorificaban al tirano, ¿por qué los despojos de la clase política e intelectual que sobrevivía al deslave golpista habría de reconocer la tragedia incubada bajo su directa responsabilidad tras los Idus de febrero de 1992? La advertencia, ya consumada esa primera gran traición de las élites –La rebelión de los náufragos, la llamó la periodista Mirtha Rivero–, pasó sin pena ni gloria. La fatal ignorancia y la asombrosa inoperancia, oportunismo y candidez de la desvencijada clase política e intelectual venezolanas permitieron su sobrevivencia. El verdadero enemigo dormía con nosotros. La infección se había hecho generalizada e incurable. El mensaje se perdió en su botella. 

Desde entonces, y ya van dieciocho años de la trágica y consentida irrupción de la barbarie, convivo con el asombro que me causa la fatal ignorancia de quienes, teniendo la obligación moral de cerrarle el paso al castrocomunismo, con el fin de preservar nuestro modo de existencia, le alfombran el camino de entendimientos y diálogos, de elecciones y sumisión, de negociaciones, acuerdos secretos, obsecuencias y complicidades. Al extremo de encontrarme, ya consumada gran parte de los objetivos tiránicos del chavismo de entonces y del madurismo de hoy, blindados sus esfuerzos por la aberrante e insólita traición de las fuerzas armadas en pleno, con un mensaje de uno de los más cultos e ilustres políticos venezolanos, perteneciente a esa egregia generación de copeyanos en cuyas manos se perdió Copei, se perdió el calderismo y se perdiera Puntofijo, solicitando la comprensión del régimen castrocomunista ante la brutal crisis orgánica que sufrimos, creyendo, en una intolerable muestra de ingenuidad indigna de un político mayor, que este régimen es producto del azar y la ignorancia, la torpeza y el extravío, y no el perverso cumplimiento de un frío y perfectamente calculado propósito devastador frente al que hace quince años quisiéramos alertar. Esta dictadura y el caos aterrador que la acompaña no son productos ni del azar ni de la ignorancia: son obra del castrismo y las fuerzas de las izquierdas, del control del Estado venezolano por la tiranía cubana, de la ceguera y complicidad de nuestras élites. Así el doctor Ramón Guillermo Aveledo se resista a comprenderlo.

Lo triste, incluso aterrador, es que esa fatal ignorancia ha pervertido la conciencia de toda la oposición partidista que, incluso y posiblemente hasta de buena fe, se niega a advertir la naturaleza del cáncer incurable que nos afecta y ha hecho metástasis. Ya corre solícita a clavarle el puñal por el pecho a nuestra moribunda república arrodillándose a los pies de la tiranía. Así, a la fatal arrogancia que según el pensador austriaco Friedrich Hayek pervierte a quienes imponen el socialismo se suma la fatal ignorancia de quienes, a pesar de ser sus víctimas, los secundan. Próximos a reunirse una vez más tras la ilusión óptica del diálogo, vuelven a unir fuerzas para degollarnos. Les recomiendo la lectura del Manifiesto Comunista, escrito en 1844, y del Qué hacer de Lenin, escrito sesenta años después. A ver si comprenden el avieso voluntarismo y el criminal decisionismo con los que la dictadura nos lleva al degüelle. Ante su fatal ignorancia, que Dios nos ampare.


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