La realidad sigue haciendo de las suyas y, como era de esperar, le ha ganado el pulso al gobierno. Desde su púlpito mediático el presidente Maduro predica varias horas, un día sí y otro también, e intenta sortearla mediante un discurso que la calibra desde sus propios prejuicios y aspiraciones y la envuelve en bulla ideológica. El socialismo del siglo XXI ha quedado al descubierto: es una cajita llena de mitos y mentiras y que me perdonen los intelectuales socialistas agremiados en el Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), completamente ajenos al debate que desde hace rato viene removiendo a la izquierda mundial.

En fin, las cifras dan malas noticias por todos lados. La vida de la gente es malestar y zozobra, también furia. Pero el gobierno no quiere darse por aludido. Cree que los mensajes enviados por la realidad se pueden esquivar con un amague de cintura, como hace un futbolista con el jugador contrario. Pareciera creer que no está pasando lo que está pasando. O que si pasa es porque siente que la realidad se ha derechizado, se ha vuelto antichavista y opositora. También cree que, en todo caso, le vale y le sirve sacarse de la manga una barajita aparatosa, aunque no sea útil para plantarle cara a los problemas. Una asamblea nacional constituyente, por ejemplo. O unas medidas que rescriben, con pequeños cambios, apenas una que otra coma mal puesta, un viejo libreto político cuyos resultados son los de siempre. Es que la realidad es terca, como siempre digo repitiendo a Lenin. Un niño comiendo basura es un niño comiendo basura, no hay interpretación revolucionaria que pueda excusar o disminuir el terrible significado de la escena.

Como tampoco la hay para justificar la decisión gubernamental de solo permitir la vacunación gratuita a los niños cuyos padres cuenten con el carnet de la patria. Este niño sí, aquel no, me parece oír decir al burócrata de turno. Nada ha desnudado más que este hecho la naturaleza del gobierno del presidente Maduro. Nada habla más claramente de su descomposición política. De su relativismo moral. De su desentendimiento y falta de sensibilidad respecto a la situación que padecen los venezolanos. En fin, nada demuestra con mayor nitidez que al actual gobierno solo le interesa gobernar.

Harina de otro costal

Viola la Constitución y otras cuantas leyes. Ignora los derechos de los pueblos indígenas. Irrespeta las normas que rigen la protección del ambiente. Expresa el modelo rentista en su peor versión. Evidencia contratos desventajosos con empresas multinacionales. En fin, es el desguace en todos los sentidos, de una zona muy amplia e importante del país.

Me refiero a la política de explotación del arco minero, reimpulsada en un proyecto de ley que el presidente Maduro introdujo recientemente en la asamblea nacional constituyente. Allí se muestran, mera coincidencia según algunos, varias semejanzas entre el socialismo del siglo XXI y el capitalismo salvaje del siglo XIX. La revolución da para todo, piensa más de uno.


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