Ahora resulta que Colombia es criticada a raíz de los problemas que tiene que enfrentar como consecuencia del inmenso volumen de compatriotas que huyen y se agolpan en las zonas fronterizas buscando encontrar del otro lado un mejor ambiente para vivir.

El rechazo se dirige, en primer lugar, a las autoridades que tratan de poner orden en el desastre que representa para las poblaciones cercanas a la línea limítrofe darle atención adecuada y humanitaria a centenares de familias hambreadas que atraviesan al otro lado sin un peso en el bolsillo. Los gobiernos locales se invierten en tratar de evitar que el caos se apodere de estas poblaciones y que no se genere un repudio colectivo a los invasores, lo que redundaría en un problema de seguridad mayor.

En estas condiciones, a Juan Manuel Santos le ha tocado poner el foco de su atención de manera seria y urgente en este drama humano, económico, social y de seguridad. Todo ello al tiempo que no le quita el ojo a la pelota de las elecciones internas –las que no están augurando a su gobierno ningún buen resultado– ni a sus contactos con el ELN para llevarlos a un acuerdo similar al de las FARC, a fin de dejarlos conviviendo en paz dentro de la sociedad que le legue a su sucesor.

Ahora, además, los venezolanos deploramos que no sea con los brazos abiertos que los lugareños neogranadinos reciben a la estampida de los nuestros. Sea como sea, Colombia –presidente, autoridades y ciudadanos incluidos– se están convirtiendo en los malos de la película, cuando la realidad es que el tema amerita un análisis cuerdo y desapasionado de nuestro lado.

Una cosa es cierta y es que Juan Manuel Santos, con sus ejecutorias de los últimos años, no podía ganarse aplausos de los venezolanos. Toda la basura que pudo encontrar en la negociación con los narco-criminales de las FARC vino a parar a este lado del Arauca, con la venia de los negociadores. Lo mismo hará con los del ELN.

Lo otro es que no podemos rechazar al ciudadano colombiano que lamenta y se revuelve en contra de la invasión que ocurre dentro de un desorden monumental, por hordas desesperadas y agresivas de compatriotas nuestros. Lo que para nosotros es la consecuencia de dos décadas de desastroso gobierno, y así lo entendemos y deploramos, para ellos es una amenaza a su tranquilidad, a su crecimiento y a su paz.

Pretender que las poblaciones vecinas les abran las puertas no a una migración ordenada de hermanos que construyen un proyecto conjunto con los habitantes autóctonos, sino a una estampida feroz, avasallante y exigente –en algunos casos delictiva– es poco inteligente. Contrabando, prostitución, indigencia, crímenes menores y mayores y enfermedades, son también parte del paquete que pretendemos que los hermanos de al lado reciban de buena gana.

Lo deseable sería que los dos mandatarios le pusieran el pecho al problema, pero cada uno de los dos tiene un bemol a superar. Uno, que el éxodo de venezolanos a su geografía no está de primero en su lista. El otro, que en su fuero interno debe estar aplaudiendo el problema que le está endosando al vecino.

Nos toca, pues, entendernos, una vez más, a nivel de los ciudadanos rasos. Y llenarnos los venezolanos de comprensión.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!