Los psiquiatras suelen identificar la pérdida de contacto con la realidad con uno de los rasgos propios de la esquizofrenia. Para los economistas que observan la circunstancia venezolana, la disociación entre el discurso oficial cargado de demagogia y la dramática realidad en la que está sumido el país es, precisamente, una de las razones que explican la incoherencia gubernamental y cuyo resultado es lo que estamos sufriendo los venezolanos: desorden, incertidumbre, empobrecimiento, desconfianza, desesperanza.

La pérdida de contacto con la realidad explica también este juego de marchas y contramarchas que caracteriza al gobierno y que se expresa en una combinación desconcertante de convocatorias al diálogo acompañadas de amenazas, de promesas de actuación seguidas de sistemáticos incumplimientos.

Cuesta entender, pues, el llamado oficial a los sectores empresariales para “comenzar la recuperación sostenida de todo el sistema económico” en aplicación de una de las seis líneas de acción propuestas recientemente por Maduro. Al escucharlo, cualquier empresario puede interrogarse sobre la voluntad de rectificación del gobierno y su capacidad realizadora para esta titánica tarea.

Otro ejemplo de esa disociación conceptual es la invitación a los embajadores de Europa a que animen a sus empresas a invertir en Venezuela. Se trata de países que han expresado sus dudas e incluso han asumido posturas críticas respecto de la legalidad de algunas acciones del gobierno y a la vigencia de una auténtica democracia en Venezuela. Empresas de algunos de esos países han sufrido medidas oficiales desestimulantes de la confianza, condición irreemplazable de toda inversión. ¿Se trata, entonces de una postura creíble o de una simple estrategia de distracción? ¿Hay alguna voluntad de rectificación o alguna garantía de que una nueva inversión no corra el riesgo de las anteriores en manos de la arbitrariedad o la ilegalidad que han sido la regla hasta el presente?

Hay otras contradicciones. Se anuncia la intervención de los mercados municipales pese al notorio y mayúsculo fracaso gubernamental en el manejo de los sistemas de distribución de alimentos, otrora en manos de la empresa privada. El argumento esgrimido es controlar la especulación. Resulta oportuno preguntarse si la especulación no se nutre precisamente del desorden, la baja producción, el acceso privilegiado a los productos o a las divisas. ¿No es esta medida una nueva fórmula para engañar al consumidor frente al fracaso evidente y a la corrupción implícita en la distribución de bolsas CLAP, cuyo futuro después del 20 de mayo se ha vuelto incierto?

Mientras la Sundde amenazaba a los comercios con sanciones si se producía un retraso de su parte a la reconversión monetaria, Maduro se veía obligado a postergar su entrada en vigencia. El sinnúmero de fallas que presentaba el nuevo cono monetario, a nivel conceptual y operativo, solo hacen pensar en el apresuramiento y la falta de profesionalidad en la toma de decisiones de esta envergadura. Se pregunta uno si al fin de los dos meses se repetirán las órdenes y contraórdenes que nunca terminaron con el billete de cien.

Entre tanto, agudizado el aislamiento internacional de nuestro país, la revolución apela a la alianza por afinidad con países como Rusia y China. China ya ha manifestado que lo suyo son los negocios y no está dispuesta a perderlos. Con Rusia funciona la estrategia según la cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo. En este caso no se trata de una economía especialmente fuerte. El PIB ruso no es mayor que el de España o Texas. Es más una economía minera que una potencia tecnológica. Entiende mejor el problema del petróleo y se siente bien con un barril a 60 dólares. Basta con leer el discurso de Putin en la reciente Conferencia Internacional de San Petersburgo. Es claramente una afirmación de la ortodoxia económica. Estamos frente a un país que apuesta al libre comercio y a la estabilidad económica.

A todas luces, resulta apremiante recuperar el contacto con la realidad, con las reglas, la coherencia, la sostenibilidad. Cuando las cosas no están claras se imponen la especulación y la arbitrariedad. La incertidumbre y la incoherencia solo conducen al caos. Y las consecuencias las sufren todos: el país, los empresarios, los ciudadanos.

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