La Iniciativa de la Franja y la Ruta es la propuesta estratégica más visionaria adelantada por Xi Jinping. Ella terminará constituyéndose en el eslabón comercial que le falta a China para atornillarse como el gigante omnipresente en el espectro mundial de los negocios.

Es evidente que todos los mercados del planeta se encuentran hoy invadidos de productos chinos de consumo final, lo que determina una presencia muy incisiva del gigante a lo largo y ancho del planeta. Lo mismo ocurre con sus inversiones foráneas presentes en todas las latitudes. Pero también es resaltante el desequilibrio manifiesto que esa presencia provoca en sus relaciones con terceros, particularmente con los países con niveles de desarrollo modesto que pujan por hacerse sentir en la dinámica económica mundial. Este desequilibrio no solo es protuberante, sino, además, preocupante.

De ello han sido conscientes en Pekín por décadas. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, al ser formulada en 2013, llevaba como principalísimo propósito promover la atenuación del desequilibrio al ofertar a terceros países la posibilidad de mejorar la naturaleza de la relación económico-comercial con China a través de la promoción de los intercambios, la integración financiera, la conectividad de infraestructura y de intercambios más estrechos entre pueblos.

En el caso de América Latina y a pesar de que China cuenta ya con importantes inversiones y operaciones comerciales en la región, su incursión en los negocios locales es aún vista con desconfianza. Una nueva etapa se está abriendo al Pekín considerar a España como el socio obligado para implementar nuevas alianzas en esos países, dentro del marco de la Franja y la Ruta, y a través de la participación conjunta, a tres bandas, en proyectos que contribuyan a cerrar la brecha con China.

Es así como España ha declarado esta semana, en un seminario sobre cooperación en Pekín, el interés político que ello despierta en el gobierno y su disposición a buscar espacios de inversión conjunta con China en otros países y detectar oportunidades de cooperación en equipamiento, ingeniería e infraestructuras. Lo que se ha puesto de relieve es que Madrid quisiera actuar como el intermediario natural entre Asia y América Latina, de manera de fortalecer la cooperación entre ambos, y usando como palanca la relación estrecha de que ya dispone con los países iberoamericanos.

Los chinos no ocultan sus intenciones al desarrollar esta relación con España, capaz de aportarles a ambos países una ventaja estratégica. Sin ambages la directora del Departamento de Inversiones de la Comisión Nacional de Desarrollo de China admitía en Madrid que «las empresas españolas cuentan con ventajas culturales y de idioma, además de una rica experiencia de administración en América Latina y África, y conocen mejor las leyes y las reglas locales», lo que trae consigo una complementariedad espontánea entre las empresas chinas y las españolas.

No es una casualidad, pues, que China se haya propuesto capitalizar a su favor la gravitación española en América para insertarse mejor, y sin despertar desconfianza, en estos nuevos mercados. Los números están a favor de la nueva alianza: España es hoy el sexto mayor socio comercial de China en la Unión Europea, y China el sexto mayor socio comercial de España en el mundo y el mayor socio fuera de la Unión Europea.


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