Ya era hora de que surgiera una nueva alianza conformada por la disidencia de la MUD, “Soy Venezuela”, para capitalizar el descontento en el universo opositor y que no esté dispuesta a ninguna negociación con el régimen.

Surge en el momento preciso, cuando la decepción y el desaliento se apoderaron del ánimo de los que apostaron a la salida del gobierno, creada por las falsas expectativas de la MUD al lanzar con bombos y platillos una hoja de ruta que finalmente incumplió y que dejaron en cuatro meses de protestas más de 130 muertos, miles de heridos, presos políticos, torturados, complejos habitacionales de clase media totalmente destruidos por la represión del Estado, comercios saqueados y una economía más arruinada de lo que estaba.

No supieron explicar la llamada “hora cero”, decretada como estocada al régimen y que significó un rotundo fracaso. Convocaron a un plebiscito el pasado 16 de julio, que era un compromiso para renovar los poderes públicos e instaurar un gobierno de unión nacional, pero no lo honraron, le echaron tierrita y llamaron a unas elecciones regionales que no son más que un balde de agua fría con el cual el gobierno se da un baño democrático en la comunidad internacional, y además, legitiman un Consejo Nacional Electoral tramposo, capaz de todos los delitos electorales habidos y por haber. Nos tiraron al barranco.

Ahora vuelven a sentarse en una mesa de diálogo a espaldas de algunos partidos de oposición, como lo afirmó molesto el diputado Simón Calzadilla del Movimiento Progresista de Venezuela; regresan con los mismos actores, con el agravante de la incorporación del “habilitado” ex gobernador Manuel Rosales –¿ahora sí va a “cobrar”?–, que siembra desconfianza con sus posiciones a favor del diálogo y que solo representa a su familia, como quedó demostrado con la estruendosa paliza recibida en las primarias por el candidato de Primero Justicia.

Insisten en un diálogo con el mismo componedor y representante del gobierno, el ex presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero, que no ha servido sino para urdir patrañas destinadas a prolongar el tiempo de la dictadura y que no ha sido capaz de gestionar la salida de un preso político como Yon Goicoechea, que también es ciudadano español y tiene más de un año con boleta de excarcelación.

El objetivo del gobierno con el diálogo en República Dominicana es claro: revertir las sanciones dictadas por Estados Unidos y anunciadas por la Unión Europea, y el reconocimiento de la ilegítima asamblea nacional constituyente, un punto de honor. Para eso cuenta con sus cómplices internacionales, como el dominicano Leonel Fernández, quien descaradamente señala que para avanzar en el diálogo la oposición “debe reconocer y convivir con la ANC”; además, están los colaboracionistas nacionales, como Manuel Rosales, que siempre ha generado dudas razonables sobre presuntos arreglos –primero con Chávez y después con Maduro–, y que viene reiterando la necesidad de acuerdos a través de negociaciones políticas con la dictadura.

Lo que está planteado es el reconocimiento de la Asamblea Nacional y de la ANC, de hecho, la mesa de diálogo con la presencia de Delcy Rodríguez y de Julio Borges –juntos– es un ejemplo perfecto de cohabitación. La legitimación de la ANC es una soberana inmoralidad, se desentienden de la primera pregunta en la consulta del 16J para rechazar la constituyente, que ya es desconocida por la comunidad internacional. No hay margen para ninguna discusión sobre ese tema. Circula un escrito del doctor Gustavo Tarre en el que propone “recolectar firmas que permitan expresar el masivo repudio que merece cualquier legitimación de la ANC”. Lo suscribo absolutamente.


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