Parece que el gobierno accedió a las elecciones regionales, que cedió a todas las presiones de calle, de crisis, agotamiento económico y de los conciertos internacionales. Uno se imagina sus discusiones y la grave dificultad que tienen para tomar decisiones sobre el curso de un proyecto agotado.

Con esas elecciones, ya en campaña, hay que pensar en proyectos. En lo que se deberá hacer en un camino complejo y largo. Es el camino de profundizar la democracia que requiere constancia y rectificaciones: no repetir el escenario de cogollos, sectarismo y clientelismo partidista y corruptelas como rutina.

En varios escritos he mencionado la experiencia del referéndum del 16 de julio, como ejercicio de valores emergentes que aún no están instalados en la nación. Entre ellos quiero pararme en la solidaridad. Un valor que va mucho más allá de las fiestas de cumpleaños o la atención al caído.

La democracia requiere el ejercicio de la solidaridad, correspondiente a la percepción del país como cosa común, de todos, y a la actuación adecuada a esa percepción.

La mencionada petrofilia está en la orilla contraria de la solidaridad en cuanto a que no supone la necesaria tenencia del otro como imprescindible para el logro de un propósito, sino la simple ubicación en el curso de las dadivas, la mendicidad o la corruptela.

Es mucho más que un necesario programa de propósitos para una nación aporreada y débil en sus valores y en el abandono de sus recursos. Hay que ponerse y actuar de acuerdo para alcanzar un ethos, una eticidad que implique que nadie sino la activación de la propia energía en un pensar y actuar convergente podrá superar esta crisis general.

Este es un discurso que suena impolítico y sermonero y tal vez lo sea, pero hay que repetirlo. No se trata de regresar o repetir un pasado en el que “todos éramos felices y no lo sabíamos”. No éramos felices, por más que fuéramos fiesteros y derrochadores, y la mayor parte de la gente lo sabía y eso nos llevó a amarrarnos al embarque del patriarca resolvedor.

Las elecciones pueden ser una oportunidad para la pedagogía social. Sin olvidarse de las apetencias generales y normales de los políticos por lograr trozos más o menos grandes de poder, es necesario enfatizar la obligación de crear cursos de construcción, de producción, de creación.

Un ejercicio de la solidaridad es la organización de la gente en todos los niveles y campos para esa construcción, producción y creación. Es mucho más que un ponerse de acuerdo para ganar las elecciones o cambiar de gobierno. Es una solidaridad y organización que debe expresar la grave dificultad de superar nuestros graves problemas y la posibilidad de que ello haga renacer añoranzas por el caudillo o el general sustituto. En la historia, sobre todo en la nuestra, el pasado se repite, los golpes de Estado menudean y mientras no se logre profundizar la democracia hasta el nivel de cultivar y arraigar sus valores correspondientes: dignidad, solidaridad, participación, diversidad…

Me preocupan los programas de medidas económicas para el cambio de modelo y la simple retoma de un menú de tales medidas que “como se sabe” ya están en los manuales y se escuchan repetidos en las entrevistas y escritos de alta frecuencia.

No, el porvenir, elecciones mediante, será largo, complejo y difícil. Tomará tiempo y práctica social lograr esa solidaridad organizada que mencionamos y que se aprenderá en su ejercicio. Se cometerán muchos errores que tendrán como veladores a los que hoy gobiernan y que usarán todos sus recursos, como ahora lo hacen, sin mayores escrúpulos, para retomar el poder.

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