La interpretación de Jesús respecto del poder político es fundamental para el cristiano y útil para todos. Él no buscó ese poder (“mi Reino no es de este mundo”, Jn 18, 36), pero sí le definió su sentido y límites, al tiempo que advirtió sobre sus tentaciones y abusos.

El escenario político de la vida del Señor fue el de un país ocupado por la bota imperial romana. Y de un pueblo con clara y añeja conciencia de su identidad, de su obligante independencia y de su singular vocación histórica, que no admitía otro señorío supremo sino el de Yahveh. Como “pueblo de Dios” le era connatural, por tanto, el rechazo de toda dominación externa. Su legítima autoridad era teocrática.

En una ocasión (Lc 20, 25) le quisieron tender a Jesús una trampa con la pregunta de si se debía o no pagar el tributo al César (emperador). Una respuesta negativa implicaba el desconocimiento del poder ocupante con las consecuencias que eran de esperar; y decir que sí le acarrearía la acusación de colaboracionista, cosa indigna de un genuino judío. ¿Qué contestó Jesús mostrando la imagen del emperador estampada en una moneda de uso corriente? “Pues, bien, lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios”. Fue una hábil y desconcertante salida, a la par que brindó un sólido criterio de discernimiento en campo tan delicado y espinoso como el de la relación religión-política, religión-Estado. Distinción de campos que exige una no fácil pero necesaria reflexión sobre las respectivas competencias e interrelaciones.

Sobre el poder, su sentido y finalidad, así como sobre un indebido ejercicio del mismo, tenemos otras palabras del Señor. Las dijo a propósito de una discusión de sus discípulos acerca de la supremacía de liderazgos: a quién de ellos le cabía ser el jefe, el mandamás. Admonición de Jesús: “Ustedes saben que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, sea su servidor” (Mt 20, 25-26). Jesús –que vino no a ser servido, sino a servir y dar su vida por todos– plantea el poder como servicio.

Dios, al crear al ser humano como ser social, legitima la existencia de una auctoritas para ordenar la convivencia humana hacia el bien común. Por cierto que “autoridad” viene del verbo latino augere (crecer y hacer crecer, acrecentar, enriquecer) y su tarea ha de ser, por tanto, procurar el desarrollo de a quienes “manda”, es decir, servirlos. Esta es la finalidad del poder en la comunidad política.

¡Qué bien cae esta enseñanza de Jesús en nuestra realidad nacional en grave crisis, debida principalmente a un régimen que busca imponer a la ciudadanía un proyecto dictatorial militarista tendiente al totalitarismo comunista! Pero una realidad que muestra también una oposición fracturada en buena medida por proyectos partidistas o personales autorreferenciales, que frustran las aspiraciones de una ciudadanía agobiada por el hambre, la falta de medicamentos y de seguridad, la opresión policial, militar y paramilitar, la incertidumbre. Al régimen le interesa atornillarse en el poder sin importarle la gente; y a la oposición el juego de intereses propios le desvía la mirada de lo que le ha de ser prioritario: las necesidades y angustias de la población.

Para la Iglesia es claro lo siguiente: “El principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 25). La persona humana, con su dignidad y derechos inalienables, tiene carácter de fin y no de medio o instrumento. Al servicio de la persona y de la comunidad humana existe y ha de funcionar el Estado (gobiernos, partidos, instituciones, organizaciones).

Venezuela se nos está cayendo a pedazos. Exige un gran esfuerzo unitario para reconstruir el país y echarlo adelante. Urge una unión efectiva para afrontar la tarea, con un liderazgo orientado no a la dominación o la satisfacción egoísta, sino al servicio a los venezolanos.


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