Cuando una dictadura pretende hincar sus colmillos para perpetuarse en el poder, despierta el alma nacional que aprendió los valores de la democracia, la convivencia, la tolerancia y el rechazo al odio, ante un Estado forajido que emana diariamente racismo, desprecio por la libertad de las ideas, promueve la confrontación social por todos los medios posibles aplicando el permanente veneno eyaculado en sus mensajes.

De allí el infructuoso empeño de las cadenas presidenciales y de los notipatrias en pretender torcer la conciencia popular, que se manifiesta en cualquier rincón del territorio nacional, en ciudades y pueblos, en la buseta, el cerro y el barrio, en repudio a los malos pasos de un régimen descalificado a escala nacional e internacional por los escándalos y denuncias de corrupción, su injerencia directa en el centenar de jóvenes asesinados y los millares de víctimas de la represión gubernamental sostenida con saña y crueldad.

La comidilla del ciudadano comenta de qué les vale tener cuentas millonarias en dólares en la banca mundial si no los van a poder disfrutar, ya que los convenios de derechos humanos y los dictámenes de mandatarios y tribunales internacionales los perseguirán hasta debajo de las piedras, donde se encuentren o escondan por los crímenes cometidos. Y no es descartable que sus actuales compinches del ALBA o específicamente de CUBA les saquen el cuerpo cuando ya no les sirvan a sus soterrados intereses.

La historia reciente ilustra el dramático epílogo de dictadores que pagaron con cárcel o con sus vidas los desmanes cometidos. Muamar Gadafi, el tirano de Libia, llegó a acumular cuentas similares al PIB de algunos países suramericanos, más de 100.000 millones de dólares, para finalizar sus días en una alcantarilla de Trípoli asesinado con su revólver chapado en oro y su familia desterrada. Destino parecido tuvo Sadam Husein, otrora desafiante al imperialismo para luego morir colgado por sus crímenes en Bagdad; o Augusto Pinochet, quien al salir a Europa creyó en su inmunidad y fue juzgado y sentenciado por los miles de asesinatos durante la dictadura; o Stroessner, el dictador paraguayo víctima de un atentado tras décadas de opresión y muerte; o el caso de Milosevic, condenado por el Tribunal de la Haya por los crímenes cometidos con las limpiezas étnicas en los Balcanes.

En fin, estos casos citados son un pequeño listado de los numerosos eventos que han derivado en tragedias para quienes han manipulado el poder violentando los derechos de la humanidad, que al parecer no han servido de escarmiento a quienes han cometido estos crímenes, por no reconocer el momento justo cuando el tiempo se les acabó al perder el fervor de un pueblo.

Quienes habitan en Miraflores son incapaces de visualizar el divorcio popular definitivo del pueblo que idolatró al comandante de Sabaneta en sus inicios para luego decepcionarse paulatinamente por sus ejecutorias, hasta su muerte, al no cumplir las promesas de redención nacional ofrecidas, hoy derivadas oficialmente en un régimen dictatorial que ha pulverizado la CRBV reconocida por toda la nación y la comunidad internacional.

Nota: Felicitaciones al diario El Nacional en su 74 aniversario, digno espacio de la democracia y de libre expresión de las ideas.


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