Desconozco si existe algún estudio sobre los atuendos presidenciales en la historia de Venezuela, pero de acuerdo con lo que conozco los presidentes militares se vestían con los trajes correspondientes a su rango, fueran de brega o de gala, y ocasionalmente de civiles. Los presidentes civiles se vestían con fluxes convencionales, y como lo más extravagante recuerdo los paltós a cuadros de Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno y el sombrero pelo e’guama y la guayabera de Luis Herrera Campins.

Fue, sin duda, Hugo Chávez el presidente que inauguró la moda de hacer combinaciones disparatadas y disfrazarse de cualquier cosa, no porque fuera austero (era conocida su inclinación a las prendas costosas), es de suponer que tampoco por puro mal gusto, porque para eso existen asesores. Dada su obsesión a destacarse por la transgresión, podría pensarse que era otra forma de demostrar que hacía lo que le daba la gana sin tener en cuenta los protocolos, y de dar siempre de qué hablar. Y lo lograba. Por supuesto, sus seguidores incondicionales, a quienes Teodoro Petkoff muy atinadamente llamó focas por el aplauso adulador de cualquiera de sus actos, no demoraron en imitar la tendencia.

Llama la atención que el mal gusto y la afición al disfraz esté asociada a los dictadores. En una lista elaborada por la revista Time en el año 2010 sobre los 10 presidentes peor vestidos de la historia que encabeza el norcoreano Kim Jong-il, se encuentran Pinochet y Putin, el ex emperador de la República Centroafricana Jean-Bédel Bokassa, por su pomposa indumentaria imitadora de Napoleón. Hugo Chávez, descrito como un creyón rojo, ocupa el cuarto lugar. No faltaron sus amigos Fidel Castro, quien después de su enfermedad en 2005 sustituyó el uniforme militar por el de Adidas; Evo Morales, y el fallecido líder libio Muamar Gadafi, insuperable en extravagancias. Aunque no está en la lista, no era de la hora, ni es oficialmente mandataria, aunque al decir de los nicaragüenses ejerce el cargo tras bastidores, no podemos dejar de mencionar la estridencia de la primera dama nicaragüense, Rosario Murillo.

Nicolás Maduro más que copiado ha caricaturizado las extravagancias de su mentor en el hablar y en el vestir, puede pasar por el sombrero campesino, las plumas indígenas o el kefiye palestino. Pero, sin duda, su preferido, de un tiempo para acá, es el liquiliqui multicolor, preferiblemente verde oliva, que en ocasiones acompaña de medallas, bandas y ornamentos aglomerados, para muestra ver la desmesuradamente cursi foto del último 5 de julio.

También heredó su afición por recorrer el mundo, ya lo hacía desde su época de canciller; ahora las motivaciones han cambiado. Ya no va en plan de filántropo a comprar voluntades, sino a mendigar préstamos para continuar financiándose en el poder. Con las puertas cerradas en buena parte del planeta, se fue hasta Turquía para la toma de posesión de su amigo Erdogan. Nótese que fue el único presidente latinoamericano en asistir, lo que seguramente halagó al dictador turco.

De ese viaje llega una foto de la pareja Maduro-Flores posando disfrazados de alguno de los personajes de alguna de las muy afamadas telenovelas turcas. Lo que otrora pudiera ser una simple ridiculez más, en este momento en que a los gravísimos, trágicos problemas sociales y económicos del país, que sería reiterativo enumerar, esos caprichos carnavalescos, pueriles y vergonzosos adquieren un tinte verdaderamente grotesco y humillante para un pueblo llevado al límite del sufrimiento.


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