Uno de los significados de la palabra “surrealista” es lo absurdo e irracional. Por supuesto que no es mi intención afirmar que el diálogo es algo absurdo e irracional. Y mucho menos el diálogo político. De hecho, afirmar eso sí sería absurdo e irracional, porque el diálogo en la política forma parte de la esencia de la vida colectiva, y cuidado si no su parte más valiosa. Pero no se preocupe, amigo lector, que no lo voy a fatigar con abstracciones sobre el diálogo político. Lo que motiva estas líneas es el “diálogo dominicano”, que sí tiene muchas características de lo absurdo e irracional, es decir de surrealista.

El presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, lleva días felicitándose por ser anfitrión del diálogo entre los representantes de Maduro y de la MUD, y augurando un desarrollo positivo del mismo. Sin embargo, algunos de los principales voceros de la oposición política, Henry Ramos Allup y Julio Borges, por ejemplo, han declarado que tal diálogo no existe. Se llegó a manifestar que ni hay ni habrá diálogo… Horas después de una de esas declaraciones (quizá por la presiones opináticas), se hace público un comunicado de la MUD que define el asunto como “reuniones exploratorias”. Mientras tanto, se instala en Santo Domingo el “facilitador” del diálogo, José Luis Rodríguez Zapatero, y se muestra optimista de su labor. Otros voceros de la oposición señalan que este capítulo del diálogo con Maduro tiene tiempo andando, que ha sido y es una necesidad, y que puede ir por buen camino. Y el jefe de la delegación oficialista, Jorge Rodríguez, anuncia que están a punto de llegar a un acuerdo.

Si esto no es surrealismo, nada es surrealismo. Para empezar, los que supuestamente representan a los que rechazamos la hegemonía imperante, apenas ayer fue que tuvieron la cortesía de informar oficialmente que algo está pasando en República Dominicana. Me parece que no es mucho pedir que lo hagan de manera clara, sin equívocos, dando la cara. Tampoco me parece que sea muy complicado el ponerse de acuerdo en una sola vocería, y también en una misma versión que vaya más allá de ese tipo de consideraciones que aspiran a quedar bien con tirios y troyanos.

Que logren persuadir sobre la conveniencia, transparencia y efectividad de lo que están haciendo, es otra cosa muy distinta. Eso sí es cuesta arriba, porque no es fácil de entender que pocas semanas después de proclamar el desconocimiento de la autoridad de la hegemonía, a través de su “constituyente”, y de confirmar que a Venezuela la sojuzga una dictadura, se vaya a celebrar una nueva ronda de negociaciones con una agenda genérica que ha sido incumplida reiteradamente por el poder, y en un ambiente que luce más bien de tono apaciguador. La opacidad con que se ha manejado tan espinoso tema no es casual. Y las declaraciones contradictorias son tan notorias: no hay diálogo, sí hay diálogo, lo que hay es exploración, etcétera, que mucha gente tiene pleno derecho de sentir desconfianza.

Y más que desconfianza, malestar. Legítimo malestar, por cierto. Todo lo referido hace que el “diálogo dominicano” sea absurdo. Tanto, que la presidente de la “constituyente”, iniciativa desconocida por la invocación de los artículos 350 y 333 de la Constitución, es una figura central del “diálogo” en nombre de la hegemonía. Me disculpan los estrategas de la MUD, pero esto es un disparate que además es chocante. Más de 100 venezolanos perdieron la vida en los últimos meses, por la barbárica represión del poder ante el ejercicio constitucional del derecho a la protesta. Y esas manifestaciones fueron en contra del continuismo que violenta los derechos humanos de la población venezolana. ¿Cómo se puede obviar eso, en aras de un supuesto diálogo que todo el mundo sabe que es harto difícil que produzca resultados de cambio efectivo?

Lo cual nos lleva a la dimensión de lo irracional. La razón de un diálogo político es el cambio. Así sea paulatino, pero cambio. Si el diálogo es un saludo a la bandera para que todo quede igual, no es diálogo sino estafa. En mi modesta opinión, el cambio en Venezuela equivaldría a que la hegemonía no pudiera seguir haciendo (o deshaciendo) lo que le da la gana. Si continúa en su mismo proceder, el diálogo solo habría servido para que el poder ganara tiempo y se preparara mejor para preservar sus privilegios. Así ha sido hasta ahora, a lo largo del siglo XXI, en diferentes y lamentables episodios. ¿Será distinto ahora? Ojalá que sí, pero por la manera como se ha manejado la cuestión, lo pongo en seria duda. Venezuela está sumida en una catástrofe humanitaria, y la hegemonía es cada vez más despótica, depredadora, corrupta y envilecida. Las condiciones están dadas para un cambio, pero eso exige, inexorablemente, la salida de Maduro y el comienzo de una transición política que nos pueda conducir a la reconstrucción de la democracia. De lo contrario, cualquier diálogo se convierte en una sinrazón, esto es, en irracional.

En estas mismas páginas, hace más de un año, cuando el fallido diálogo impulsado por el Vaticano, escribí unas líneas sobre quién ganaba y quién perdía con ese escenario. Maduro sigue en Miraflores haciendo lo que le place, o lo que le place a sus patronos de La Habana, y la oposición política venezolana está más fragmentada e incordiada que antes de la constitución de la MUD. Y el conjunto del pueblo venezolano sufriendo penurias multiplicadas. Por eso el llamado “diálogo dominicano” es un tributo al surrealismo político. Finalmente, confieso que pocas veces he deseado tanto el estar equivocado en grado sumo. El tiempo (poco tiempo) lo dirá.

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