La innovación ha sido, sin lugar a duda, un paradigma que ha movido inevitablemente la discusión política sobre la forma en que el Estado y otros actores deben participan en la actividad de generación y uso del conocimiento.

En América Latina se están observando dos tendencias que a todas luces no parecen ser la solución para lograr que estos países arranquen definitivamente hacia una carrera ascendente para disminuir el rezago y la dependencia tecnológica. La primera, pensar que la innovación se logra a través del fomento y la promoción de emprendimientos, ignorando condiciones elementales de adaptación organizacional, cultura innovativa, hibridación y estratificación del conocimiento y de rol de los actores. La segunda, pensar que la articulación demanda-oferta (vinculación academia sector productivo) o bien promovida por estos actores de forma bidireccional o bien promovida por el Estado, marcaría la diferencia de estos tiempos sobre la forma de hacer efectiva la política de ciencia y tecnología.

Aunque no es el único elemento a considerar, la Investigación y Desarrollo (I+D), tiene un papel más que determinante en la posibilidad de mover a estos países hacia la innovación. Es justamente la I+D la que determinará la supervivencia de los actores del sistema de producción de conocimiento, incluyendo la supervivencia misma del Estado como actor regulador de la economía.

Sobre la situación de la I+D en la región no hay datos muy optimistas. De acuerdo a algunos reportes –a excepción de Brasil (1,28%)– los países de la región invierten en I+D de acuerdo al PIB en promedio entre 0,12% y 0,63%: Argentina (0,63%), Chile (0,38), Colombia (0,29), Cuba (0,43), Ecuador (0,40%), México (0,53%), Perú (0,12%), Uruguay (0,36%). Estos datos comparados con otros que describen solo la actividad de I+D que se realiza en las empresas fuera de América Latina, hacen ver claramente en un primer momento, en dónde se está concentrando la actividad de I+D a nivel mundial. Solo por mostrar algunos datos y de acuerdo con reportes de la EU Industrial R&D Investment Scoreboard (2016), de las 2.500 empresas que más invierten en I+D la mayoría se concentran en Estados Unidos (aproximadamente 800), Europa (aproximadamente 600 de  Alemania y el Reino Unido), China (aproximadamente 330), Japón (aproximadamente 360), Taiwán (aproximadamente 114). Otros reportes como el de Global Innovation muestran una curva ascendente de la investigación en la industria. Según este reporte las 20 empresas que más invierten en I+D alcanzan una cifra cercana a los 194,5 millones de dólares. Y justamente son en todas estas empresas en las que se percibe una mayor adaptación al cambio tecnológico. Es allí donde están naciendo nuevas capacidades de dominio de conocimiento y es allí en donde se  está orientando y se orientarán buena parte de la demanda futura del mercado.

Si algo deja ver este escenario es el papel de la I+D en la dinámica económica mundial y asimismo el nuevo papel de sector industrial en la activación del sistema de producción de conocimiento nacional, colocando al Estado en el lado lateral de ese sistema.

Tanto la adaptación organizacional como la conformación de un conjunto de capacidades de dominio de conocimiento, son elementos centrales de la política hacia la innovación que no pueden seguir subestimándose. Insistir en aprovechar el conocimiento bajo el esquema bidireccional academia-industria o bajo el enfoque tradicional de la Triple Hélice, no parecen ser aciertos.

En América Latina la interacción de los actores es de muy vieja data (1940) y ha sido esta interacción considerada históricamente como la plataforma de avanzar desde la oferta hacia la demanda de conocimiento. No obstante, hasta la actualidad la Triple Hélice ha sido una metáfora de la política de ciencia y tecnología.

El contexto actual se caracteriza por una alta velocidad del cambio tecnológico que obliga a acelerar la operatividad de la política de innovación y el rol de los actores. Esto evidentemente no puede tolerar gobiernos controladores y altamente burocráticos; tampoco universidades que no innovan en la forma ni en el fondo de ofertar el conocimiento. De la misma forma ocurre con las empresas, ellas no pueden continuar negándose a crecer mediante la I+D con la universidad.

Será necesario ahondar mucho más en el campo de las “restricciones” que no son solo económicas, políticas, sociales y culturales, sino también aquellas que se presentan por no saber abordar la complejidad del cambio tecnológico. Lo que sí parece evidente es que el mejor socio económico del Estado ya no es la industria, es ahora la universidad.


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