En el último comunicado de la Conferencia Episcopal, acorde con los pronunciamientos de los rectores universitarios y fuerzas vivas de la sociedad venezolana, los obispos nos llamaron a reflexionar sobre la realidad de un país sumido en la desesperanza y agobiado por las más agudas carencias, ante un régimen que solo tiene como meta mantenerse en el poder a toda costa, ahora empeñado en unas elecciones adelantadas en francas condiciones de asegurar su objetivo.

El pueblo, en el cual reside la soberanía, como lo recuerda el documento, tiene derecho a expresar su opinión en una consulta abierta que nada tiene que ver con el sistema diseñado y actuante a la medida del gobierno.

La denominada constituyente, ilegítima en su origen y en su desempeño, se ha constituido en la ejecutora de los designios del Ejecutivo en franco divorcio con la voluntad popular.

Lo único evidente en el cuadro presente es la tragedia de nuestros hermanos: con hambre, desasistidos en su salud, golpeados en su dignidad con el simple ofrecimiento de migajas que son un vulgar engaño o artificio electoral.

La dirigencia opositora, por otra parte, aparece también desorientada y alejada de la realidad. Ha perdido la confianza de la colectividad y se debate entre diversas corrientes que, hasta ahora, no han encontrado el camino de una manifiesta reconciliación y sincero acuerdo.

Es el momento del llamado oportuno y urgente a la unidad y a la coherencia en los planes y en la acción.

Es el momento de abandonar las apetencias personales y los proyectos de un partido.

Es el momento de la coherencia democrática y de la exigencia impostergable de luchar por la defensa del sistema de libertades.

Los actores políticos, los líderes de la oposición, deben dar una clara señal de cambio y de renuncia a sus ambiciones personales para rescatar la confianza del pueblo y todos, en una acción conjunta, realista y sin hacerle caso a los provocadores, aliados encubiertos del poder, tenemos que avanzar en una sola dirección, conscientes de que nos enfrentamos a estrategias al margen de la ley, de absoluto ventajismo y de desconocimiento a nuestros derechos.

No es la hora de los “expertos de tribuna” que desde allí llaman a arriesgar la vida de los que están en el campo; no es la hora de la destrucción de cualquier persona que asome su cabeza y no responda a las expectativas más radicales; no es la hora de dividir, sino de unir; y no creo que vale el alegato de que somos demócratas y no autoritarios, ya que solo unidos en los fines y en la estrategia podemos llegar al logro de lo que nos proponemos como objetivo, por el bien común.

El mensaje de Juan Pablo II, recordado por la Conferencia Episcopal Venezolana, debe resonar en la conciencia de todo ciudadano y constituirse en advertencia para los dirigentes políticos de este momento crucial que vivimos: ¡Despierta y reacciona, es el momento!

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