Los creemos felices por el solo hecho de tener juventud. Percibimos de su bulliciosa presencia, erróneamente, la existencia de un estado de alegría permanente que los va llevando por la vida siempre de manera risueña, y despreocupada. Solo son en realidad porfiados espejismos de estos tiempos; breves momentos que ellos se procuran entre si mismos, y que los empujan hacia adelante sin la promesa cierta de una nación próspera. Cuando alcanzan con sus manos la bruma que se desvanece al avance de sus pasos, les deja frente al dolor profundo, la impotencia, la rabia de la decepción de la realidad que les hemos legado. Hacen conciencia de la despedida ¡hasta siempre! de los que ya no estarán para navidad y año nuevo. Ese es el desgarrador duelo de la juventud venezolana hoy. Duelo por invaluables vidas que se han sacrificado para buscar un destino mejor para su sociedad. Todo ocurre en este país que les vio nacer y que ante sus  perplejos ojos también va dejando de existir. Todo ocurre de modo itinerante en tiempo y espacio. Hoy le tocó a Venezuela, nuevamente. Como ayer le tocara a los jóvenes españoles en la guerra civil del 1936-1939 y más. Como le tocara a los jóvenes judíos en la Alemania nazi de 1939, con la Segunda Guerra Mundial, junto a jóvenes rusos, ingleses y norteamericanos.                 

La sociedad, como la vida misma, es compleja  y sencilla a la vez. En ese paroxismo se van sucediendo los acontecimientos que dan revalorización a lo que se ha perdido, y así, justamente, de a lo que se va al reencuentro, o de lo que nunca se ha tenido, pero ambas se buscan con determinación y entrega. 

¡No es verdad que murieron entonces! ¡No para siempre! Solo dejaron de existir por un instante, cuando justo se parte de este plano terrenal de vida, y como Lázaro resucitaron en un proceso de transformación: “Del polvo vienes y en polvo te convertirás”. Los que hacen del amor su energía para obrar por el bien común no morirán jamás. Su espíritu libre hoy navega por distintos mares como infinitos capitanes del progreso moral y material de la humanidad. De allí que afirmemos: ¡Ellos no murieron! ¡No para siempre! En cada expresión de su legado viven. Viven en el bien que se recrea a cada paso con su ejemplo. Viven en el nacimiento de Jesús, símbolo del triunfo del amor sobre el odio y la persecución. Viven en las diversas formas de existencia,  que son infinitamente mucho más que carne y huesos, para ser amor eterno.

 En este 24 de diciembre de 2017, de nacimiento, renacimiento y fe, no dejemos solos a familiares, amigos, compañeros de los jóvenes que entregaron sus vidas en la lucha. Acompañemos y recordamos, junto a ellos, a todos los jóvenes de Venezuela y del mundo, que entregaron sus vidas por su nación, para una mejor humanidad. Ellos viven en nosotros y en los que vendrán, generación tras generación, después de nosotros, porque la lucha y entrega por la libertad, nunca será olvidada.

Abracemos a la juventud venezolana en esta hora en la que traidores y miserables intentan su oportunismo escenificando una mala hora de poder y falsa gloria; mientras todo un pueblo se estremece ante el hambre y la sed, de cuerpo y alma. “Cuando tuve hambre me dio de comer y cuando tuve sed me dio de beber”. Tal vez muchos de ellos son producto de ese desamor y abandono que los han convertido en lo que son. No permitamos que nuestra juventud, dentro o fuera de nuestras fronteras, se aturda en el alcohol o en las drogas como mecanismo de escape. No permitamos que se pierdan en una vorágine de malos ejemplos, y malos instintos.  Acerquémonos a ellos rectificando e intentando comprenderlos. Ellos son esperanza de cambio y progreso. También son presa vulnerable para la manipulación de sus expectativas y deseos de pertenencia y reconocimiento. ¡No los dejemos solos con su duelo! Que sea el amor en esta navidad una promesa de libertad,  justicia  y democracia para nuestra Venezuela, y ¡para el mundo bueno que queremos!

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