Casi todas las partes del rompecabezas venezolano han encajado y ya el desenlace puede visualizarse.

Me referiré a las piezas ya colocadas en el tablero, suerte de sumario, para entender la encrucijada que enfrentamos:

Primero el tema petrolero. Se viene a pique. Solamente en 2017 la producción cayó en 649.000 b/d. Venezuela había demorado 20 años, después de la nacionalización, para aumentarla en un monto equivalente al que se destruyó en un solo año. De ese sector depende 95% del ingreso en divisas del país. La merma en la producción determina que no haya dólares.

Veamos el tema de los alimentos. Durante casi dos décadas el gobierno destruyó el sector, al expropiar a Agroisleña y más de 6 millones de hectáreas en nuestros campos que antes eran productivas y ya no lo son. Con furia digna de mejor causa, el régimen se dedicó a cumplir las órdenes de Chávez que parado en una esquina de Caracas proclamaba a los cuatro vientos: “Exprópiese, exprópiese”. Se nacionalizaron también infinidad de empresas agroindustriales que ya no ofrecen sus productos.

Existe, por tanto, una escasez perniciosa de alimentos que solo puede suplirse con importaciones, pero como cayó la producción petrolera, ya no hay dólares para importarlos. Tampoco hay dólares para importar medicinas o sus insumos.

En medio de este panorama dantesco se ha desatado otro monstruo que amenaza con alcanzar niveles nunca antes conocidos en el hemisferio occidental y que está destruyendo al país: la hiperinflación. Este cáncer, en un ambiente de escasez de alimentos, es mortal.

Es el resultado de un brutal déficit tanto fiscal como en el flujo de caja de las empresas del Estado –particularmente Pdvsa– que el Banco Central de Venezuela financia mediante emisiones de dinero sin respaldo. Ese dinero (altamente inflacionario conocido como “high potency currency”) se incorpora al sistema monetario y demanda bienes. Pero, como no hay bienes qué ofrecer, su efecto no es otro que provocar un desenfrenado aumento de los precios. Al final del día esos excedentes monetarios se desvían a la compra de dólares en el mercado paralelo dando lugar a una devaluación incontrolable.

Todo lo anterior (y mucho más) ha desembocado en una destrucción masiva del aparato productivo del país. Si a las caídas del PIB que tuvieron lugar en 2016 y 2017 le sumamos la que el FMI pronostica para 2018, el tamaño de la economía venezolana se habrá contraído 55% en apenas 3 años.

Para colmo las principales empresas calificadoras de riesgo soberano han señalado que tanto la República como Pdvsa se encuentran en situación de “default selectivo” por no pagar a tiempo sus deudas, con lo cual se ha cerrado el acceso al financiamiento internacional.

La hiperinflación, la contracción económica, la escasez de alimentos y medicinas, la catástrofe en educación y la salud, el deterioro de la infraestructura y los servicios públicos y el desempleo llevan a un acelerado empobrecimiento de la población.

Todo ello ha redundado en que Venezuela encabece por cuarto año consecutivo la lista de países con mayores grados de miseria en el mundo entero conforme al “Misery Index” (Índice de Miseria) creado por Arthur Okun y publicado por Bloomberg. Como consecuencia de ello se calcula que unos 4 millones de venezolanos han tenido que emigrar del país.

Súmense a todo lo anterior las sanciones y el aislamiento internacional de Venezuela frente a los 27 país de la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, los 14 países latinoamericanos que integran el Grupo de Lima, el Reino Unido, Macedonia, Montenegro, Albania, Bosnia, Islandia, Liechtenstein, Noruega, Ucrania, Moldova y Georgia. Todos se han pronunciado en contra del régimen. Agréguese también el retiro de la invitación a Maduro para asistir a la Cumbre de las Américas (y sus implicaciones conforme a la Carta de Quebec de 1991), además de las declaraciones y giras del señor Tillerson y, como si fuera poco, las amenazas de eventuales sanciones petroleras de Estados Unidos.

Por su parte, el oficialismo pretende adelantar unas elecciones, al margen de la Constitución, que se anuncia serán desconocidas casi universalmente.

Esa es la pieza que falta en el rompecabezas.


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