El viejo refranero español nos recuerda que “mal de muchos es consuelo de tontos” y lo invocamos para dejar constancia de que no vamos a incurrir en ese error, en esa tentación inútil, sino que traemos a cuento el refrán para constatar la realidad política actual venezolana, siempre que la analicemos fuera de los reflectores, dejando a un lado la demagogia y la respuesta de ocasión.

Este gobierno sale derrotado de las elecciones municipales, porque ya lo estaba desde antes de los comicios, no por la votación sino por la economía: un país donde sus ciudadanos hurgan en la basura y son chantajeados por una bolsa de comida, como contraprestación al voto, es una nación cuyo gobierno está derrotado y sin futuro.  En efecto, el resultado de las elecciones municipales, en las que aparece el mapa de Venezuela “rojo rojito” –usando la expresión del ahora innombrable Rafael Ramírez– no puede ser interpretado, en absoluto, como que el madurismo sea, ni de lejos, mayoría en Venezuela..  

Con una abstención de más de 60% de los electores, con la decisión de los partidos mayoritarios de no participar en ese evento –por la inequidad electoral y las trapisondas del régimen– se hace muy cuesta arriba, para el gobierno, poder demostrarle a la comunidad internacional que esa prepotencia victoriosa que exhibe se corresponde con la realidad. El gobierno no gana, sino que por el contrario pierde, porque aquí y afuera todos conocen las triquiñuelas, ventajismo, cohecho, soborno, marramucias que el gobierno realiza para ganar elecciones en Venezuela. Es por ello que esa asamblea nacional constituyente, inconstitucional, no la reconoce nadie en el extranjero, ni esta elección municipal tampoco será reconocida como una victoria oficialista, porque es un calco de las elecciones cubanas, conocidas por el mundo como una terrible farsa, aunque ellos continúen realizándolas por creer que “la aldea global” puede ser engañada una y mil veces. Esta victoria del gobierno es, entonces, una victoria de estiércol (Chavez dixit, aunque más escatológicamente).

Ahora bien, que el gobierno haya perdido esta elección tampoco significa que la oposición ha ganado. No, también pierde, porque haber decidido abstenerse es un grueso error que se puede explicar pero no justificar. Se explica, porque la oposición reclama mejores condiciones para participar y eso, éticamente, es correcto pero políticamente es de una futilidad impresentable. Recordemos que la cascada de errores precedentes comenzó cuando se renunció al triunfo obtenido en la Gobernación del Zulia. Si la oposición, toda, sabía que el gobierno iba a torcerles el brazo a los gobernadores triunfantes, haciéndolos pasar por la inquisidora e inconstitucional asamblea nacional constituyente, no debió haber participado. Digo, si el tema era moral y no político.

Ahora bien, a sabiendas de que el asunto era político, pues se participó como tenía que ser, hete aquí que luego de ganar la gobernación más importante de la República se entrega por consideraciones supuestamente éticas y morales. Esto trajo como consecuencia que los partidos políticos más importantes de la oposición decidieran no participar en las elecciones municipales, para no volver a pasar por la horca caudina de la “prostituyente”, pues por allí también pasarían los alcaldes electos. Ah, pero ¿cuál es el resultado de esa política?: más de 90% de las alcaldías en las manos del gobierno. Lo demás es retórica y explicaciones vanas. Esta es la verdad sin subterfugios y a estas alturas nadie, en su sano juicio, puede exhibirlo como una política exitosa.

En Acción Democrática estuvimos varios días devanándonos los sesos buscando una forma de participar sin romper la unidad. Eso no fue posible y por eso, tascando el freno, para no romper definitivamente con los otros partidos de la alianza opositora, lo que imposibilitaría cualquier entendimiento futuro, también decidimos abstenernos en esa contienda. La decisión no fue fácil tomarla, porque la tradición democrática de AD y los errores de anteriores decisiones abstencionistas nos lo dificultaban, pero como decimos los viejos valencianos: por donde la vieras Catalina era tuerta y no quedó otro camino que la dolorosísima abstención.

Lo que sí quedó demostrado fehacientemente, una vez más, es que no participar en un proceso electoral no otorga beneficios políticos a nadie, perdón, a casi nadie, solo a aquellos que se llenan la boca y se solazan con aquello de “yo se los dije: dictadura no sale con elecciones”, a quienes por cierto hay que dejarlos al margen, derrotándoles su política absurda y no cayendo más nunca en su chantaje.

Se hace necesario, entonces, utilizando la jerga de los economistas, una reingeniería (no financiera en este caso), sino política y tal como sucede en un accidente de tránsito, lo primero que hacen los paramédicos será detener las hemorragias y luego atender a las personas que tienen mayor riesgo de morir; así nosotros, en una reingeniería política urgente, debemos detener la hemorragia divisionista y, luego, progresivamente ir resolviendo temas como la coordinación opositora, una sala situacional equilibrada, un programa mínimo común y unas elecciones primarias transparentes que nos arroje un candidato de fuelle para enfrentar juntos a Maduro y, después, a gobernar unidos para salir de esta pesadilla. Si hay voluntad política todo es posible, no hay tiempo para el desánimo ni para psiquiátricas depresiones. Todos fuimos derrotados, ahora vamos por el desquite, para que la derrota la cargue en sus hombros quien la merece: la minoría responsable de esta debacle colectiva.

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@EcarriB  


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