No es necesario insistir en la importancia de la educación para la construcción de una nación. Pareciera haber unanimidad en el establecimiento de esa prioridad. Pero esa afirmación, hecha desde una perspectiva mayormente socioeconómica, simplifica el problema y lo reduce a cantidades: número de escuelas y universidades, estudiantes, presupuestos… Esto es cierto e imprescindible. Pero la educación es mucho más que cifras cuando la abordamos como formación de las personas, como la construcción y logro de valores y competencias. Requiere una práctica, un ejercicio social de esos valores y competencias.

El plebiscito, la consulta del 16 de julio, es un ejemplo. Fue un complejo ejercicio formativo y pedagógico de valores y competencias. Un acto de profundización de la democracia, realizándola. La gente, muy presionada y problematizada por la situación de crisis e incertidumbre, se autogestionó y organizó para abordar el problema, que por esa angustia resultaba muy pertinente, y alcanzó el magnífico resultado político que conocemos.

La democracia es mucho más que un conjunto de procedimientos, normas y comportamientos ahora atropellados y violados. En una dimensión ética es un valor que aún no está afianzado y establecido, pero ahora, y más allá de esta transitoria adversidad, es una tarea posible y necesaria. Hay que buscarla y profundizarla.

Desde hace décadas estudiamos escuelas y aulas y adelantamos propuestas en diversas condiciones y niveles, pero los cambios o mejoras evaluables son escasos. Las aulas siguen siendo, con importantes excepciones, espacios autoritarios adonde acuden los estudiantes a recibir informaciones que ya están en Internet mejor organizadas. Se dan lecciones que son formas autoritarias de predicación con poca interacción o participación.

Hay una relación directa entre la intensidad y la calidad de la participación y la construcción de aprendizajes. Dicho de otra manera, entre la democracia y el logro de valores y competencias. Esta es la materia, la sustancia de la pedagogía. Cómo hacer que la gente, los estudiantes participen, interactúen, se agrupen, investiguen.

La crisis general del país es un problema, es lo que llamamos un problema pertinente por su capacidad de intrigar, angustiar y movilizar. Eso fue lo que ocurrió el 16 de julio y es eso lo que hay que llevar a las aulas como pedagogía: problemas que tengan fuerza problematizadora.

Eso complica los diseños curriculares, programas de estudio y textos escolares que están atrapados en las exigencias de temas, disciplinas y contenidos subordinados a requerimientos informativos más que formativos. Requerimientos obsoletos cuando Internet y lo digital ofrecen la información organizada y presentada de muy diversas maneras para que sea el propio estudiante quien la busque cuando tiene la intriga y necesidad ya planteada en la discusión sobre el problema pertinente trabajado en aula.

En esta dirección, el cambio político requerido para la construcción del país es, en buena porción, un cambio educativo, otra pedagogía.

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