El próximo domingo se celebrará la gala del Globo de Oro. El 23 de enero se develarán los nominados al Oscar. A modo de guía, durante el mes iremos comentando las películas favoritas de la temporada de premios. Hoy reseñamos una de las cintas consideradas para competir en los galardones venideros.

A primera vista, Call Me by Your Name parece la Moonlight de 2018, aplicándole una terapia de blanqueamiento al filme de Barry Jenkins: narra la historia del despertar homosexual entre un joven de 17 años y el asistente de su padre, ambos caucásicos y representantes de una élite.

Por tanto, el argumento resume las aspiraciones del llamado lobby gay, un importante sector demográfico en la prensa extranjera y la academia de votantes.

Los personajes se conocen y relacionan en una casa de campo, que está ubicada en el norte de Italia. Corre el tiempo cálido e idílico del verano de 1983, en un contexto apartado del bullicio de la época.

Al situarse en pasado, la trama sumerge al espectador en un espacio liberado de las presiones e intoxicaciones de la realidad contemporánea.

La ficción juega con su condición de fantasía bucólica y erótica en oposición a la pesadilla de nuestros días convulsos.

De ahí surgen las principales deudas del largometraje con el formato de los famosos Cuentos de las cuatro estaciones dirigidos por Eric Rohmer, sin olvidar los tributos obvios a las aventuras afrancesadas de cámara de Woody Allen, en las que el calor enciende la chispa del amor loco.

Clásica narrativa shakesperiana, ahora revisitada desde un distanciamiento nostálgico y hípster. Lo propio y correspondiente al irresistible ascenso de la cultura de lo retro.

Por las premisas del guion, Call me By Your Name evoca la estructura del conflicto romántico y existencial de Teorema de Pier Paolo Pasolini, replanteando la idea de la llegada de un ángel exterminador al seno de un hogar de clase media alta, pero de forma menos iconoclasta y más benevolente.

Si la belleza de Terence Stamp sacudía los cimientos de una falsa postura ante la vida, el actor Armie Hammer pone a prueba las convenciones de una familia judía, orgullosa de su progresismo ilustrado. Hollywood había encasillado a la estrella emergente en roles de galán estereotipado. El papel de Oliver en Call Me By Your Name le permite retarse, romper sus moldes, evolucionar en la carrera y ofrecer un perfomance digno de ser valorado.

En general, la notable ejecución saca provecho de la calidad del reparto coral.

Por su lado, Timothée Chalamet supone la gran revelación de la puesta en escena, al conseguir el tono perfecto para traducir las emociones, sensaciones y contradicciones del pilar de la historia.

Los ojos melancólicos del adolescente descubren el amor prohibido por las reglas de conducta del entorno, así como el fin de una etapa y el comienzo de otra en una madurez reprimida por defecto. Su papá se lo explica, de manera redundante e innecesaria, en uno de los tramos prescindibles del guion, pues traiciona el lenguaje elíptico y sugerente del resto de las acciones.

No obstante, el llamado de atención a viva voz puede desnudar la frustración de los perfiles adultos del melodrama, sirviendo de espejo y anticipo del futuro conservador, invernal e hipócrita de los protagonistas.  

Basado en la novela original de André Aciman, el libreto explora el agridulce viaje iniciático de un chico letrado y seducido por el encanto de un hombre mayor.

Un tema versado por el productor James Ivory, quien prefirió mantenerse a la sombra y delegar la responsabilidad de la realización en la humanidad de Luca Guadagnino, quien aprueba el duro examen con una calificación sobresaliente.

Es el autor adecuado para asumir el reto del proyecto, tomando en cuenta su experiencia previa (la lograda adaptación de A Bigger Splash, abordando problemas similares).

A Pedro Almodóvar le fascinó y seguro encontró en la pantalla un álter ego de sus laberintos de pasión. Moverá a la polémica en la industria. De seguro un caos controlado. En último caso, renueva la tesis de Nabokov en Lolita por medios diferentes.

Los créditos de arranque anuncian el subtexto de resonancias grecolatinas y romanas.

Las imágenes de estatuas, de proporciones simétricas, cumplen la función de legitimar la estética apolínea, señalando sus limitaciones, porque los ídolos caen en el crepúsculo y al final tienen pies de barro. 

En un año tan sensible a escándalos por agresión y abuso de menores, el estreno de Call Me by Your Name alentará debates encarnecidos, ajenos a la modesta extensión de nuestra columna.

Véala usted y saque sus propias conclusiones.

Nosotros la disfrutamos en su rango de cine qualité, denostado por la crítica esnob, aunque en su género nos resulta un trabajo de gentrificación y adocenamiento, frente a la verdadera incomodidad de apuestas arriesgadas de la corriente queer.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!