¿Cuál revolución? Esa es la pregunta que todos nos hacemos; luego de transcurrir casi 20 años, no podemos evitar sentirnos estafados y que vivimos en una situación peor y más crítica de la que teníamos como país a finales de la década de los noventa, que catapultó a Hugo Chávez (RIP) a la presidencia de la república, que tenía como única carta de presentación el haber sido un fallido golpista en la intentona del 4 de febrero de 1992.

Después de todo este tiempo pudimos concluir que transitamos en una revolución de engaños, que no soporta un análisis riguroso sobre sus supuestos logros, que se han dedicado todo este tiempo a vender como verdades, todas las mentiras que lograron construir con sus locuras bolivarianas.

Para entender nuestra realidad podemos realizar un pequeño ejercicio de memoria, para comprender lo que ha acaecido en la patria de Bolívar desde 1999 hasta ahora. Por ejemplo, ¿dónde están los hospitales que Chávez había prometido en sus diferentes campañas electorales? ¿Y los puentes que necesitaba el país, para facilitar el tránsito automotor? ¿Las refinerías que se iban a construir para convertirnos en exportadores de productos petroleros refinados? Más bien la inoperancia, la ineptitud y la contratación de personal no idóneo han ocasionado accidentes que han mermado su capacidad de producción. A esto se le suma el racionamiento de la gasolina, con chips, carnet de la patria y censo automotor.

Por otro lado, durante años engañaron a todo el país, que éramos una potencia agrícola, gracias a las expropiaciones y la constitución de fundos zamoranos y más bien lo que provocaron fue una debacle en el campo venezolano; ahora todo lo que consumimos es importado, es decir, fueron exitosos en auspiciar la agricultura de puertos.

Ni hablar de los servicios públicos, hay regiones de Venezuela que no cuentan con servicio de luz de manera periódica, debido a las fallas en las diferentes líneas de distribución, y si tocamos el tema del agua, que parece que se ha evaporado, porque pueden pasar muchos días sin el vital líquido. Esto nos ha retrocedido a la época de las cavernas, que, para evitar vivir de la caza, la pesca y la recolección, debemos aprender a gritar consignas, colocarnos una franela roja y rezar para que san Nicolás no se olvide de depositarnos el bono cada mes.

No dejemos de lado el sistema de salud, donde se pueden apreciar muchos módulos de Barrio Adentro abandonados, hospitales con serias fallas estructurales, y ahora se le suma la falta de personal calificado, debido a que muchos médicos y enfermeras han optado por irse del país.

Revolución no es mantener una posición pasiva e inoperante ante el problema de la inseguridad que afecta a todos los venezolanos. Según cifras del Observatorio Venezolano de Violencia, en 2017, el número de asesinatos en todo el país cerró con 26.616 muertes violentas, y para los 6 primeros meses de 2018, hay 5.762 fallecidos por homicidio. Eso se resume en que, para un buen revolucionario, la vida de otros no tiene valor, si no es la propia, porque lo que importa es mantener el poder a toda costa, sin interesarle las consecuencias y lo que se debe hacer para conservarlo. Entonces nos preguntamos, ¿qué es lo que cambió?

Nada y todo. Lo que se han esmerado en llamar revolución, no es más que un clan que se han servido de la propaganda, el engaño y la mentira para manipular a la población, vendiendo la idea de que ser rico es malo, mientras los ungidos de Chávez (RIP), se enriquecen de la forma más grotesca.

Estos mismos defensores del pueblo, que embriagan con discursos exaltando las potencialidades de los logros de las políticas públicas del bolivarianismo, envían a sus hijos a costosos colegios privados y en el extranjero, porque no confían en su propio país.

Cuando se trata de acceder a los servicios de salud nacional, ni de vaina se meten en un hospital público; acuden a clínicas privadas y en el mejor de los casos se van a otras naciones, para disfrutar de mejores atenciones, porque saben que en Venezuela la realidad hospitalaria está por los suelos.

Se dedican a hablar mal de cualquier gobierno de derecha, que las políticas son discriminatorias, que no son capaces en pensar para el pueblo y solo el socialismo es capaz de brindar la máxima felicidad a las personas. Pero, cómo sueñan en irse a vivir en el imperio, tomarse fotos con Mickey Mouse y pasear por Sunset Boulevard.

Por lo tanto, ser revolucionario es que el fallecido Hugo Chávez y sus secuaces descubrieron, gracias a la orientación de Fidel Castro y su legión de vividores, cómo apropiarse de toda una nación, ofreciendo posibles cambios que nunca se concretaron y, más bien, los problemas existentes se maximizaron de forma exponencial.

¿Y ahora? Después de 20 años, estamos peor que antes, los ilusos que apoyaron esta locura revolucionaria están mucho peor que en 1999, donde lo que se ha resaltado es en ahondar en la ignorancia y la sumisión para evitar que el venezolano piense y compare, que tenga la capacidad de decidir y protestar, como ciudadano que es, pero lamentablemente en los últimos tiempos se ha conformado en ser pendejo, colocando la cabeza en un hueco, para huir de la realidad que nos afecta a todos, refugiándose en el estribillo que repiten todos los días, “soy chavista y no madurista”, para esconder la catástrofe de este proceso político.

Ya no somos un país para querer, sino una nación para huir, para poder salvar la vida por todas las carencias que hay, que impiden tener una existencia digna y de calidad. Los investidos de la sabiduría que da el socialismo, bombardean y descalifican todo lo que representa ser libres por acción propia, ya que la autodeterminación no existe en esta coyuntura política, porque ya no somos ciudadanos, sino mendigos de nuestros derechos y esclavos de nuestros deberes.

El venezolano es un pueblo que sufre, que escudriña en la basura para buscar alguna esperanza alimentaria, que es capaz de caminar miles de kilómetros en busca de un sueño, porque la realidad lo aplasta y lo empuja hacia otras fronteras.

Los comunistas, por su parte, lo niegan todo. La mentira es el único sustento de “su verdad”, no buscan soluciones, porque la finalidad es mantener en el oscurantismo a toda la población, repartiendo ilusiones falsas y vendiendo una “verdad” basada en el engaño.

En Venezuela no hay una lucha entre izquierda revolucionaria y derecha fascista, sino un grupo de encantadores de serpientes, que han construido una fábula de querer hacer posible lo imposible. El comandante eterno y supremo no ideó un nuevo socialismo para el siglo XXI, sino que repitió el camino equivocado al reñirse con las fuerzas del mercado y ahora sus herederos hacen lo mismo contra la democracia. El cambio en estos años ha sido para peor, la herencia del chavismo es la destrucción política, económica y social de una nación, que tardará más de una generación en recuperarse.

 


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