El título de este artículo no es de mi autoría sino del brillante escritor y analista político, residenciado en Barcelona, España, don Manuel Milián Mestre –fraguista, fundador del PP (partido del que fue por once años diputado) y del diario El País de España–, quien en un excelente escrito señala: “La política está enferma por su insinceridad, por la mentira, el engaño y la corrupción, génesis de un cáncer del propio sistema que la acoge. Si esta es la causa inmediata, la remota tiene mucho que ver con la conspiración de los mediocres, que se solapa en las entretelas del partidismo, que se aferra a los cacicazgos de los partidos, que falsea la realidad de las cosas y desvirtúa –o anula– la calidad de las listas electorales, que impone mayorías posparto sin previo aviso de matrimonio o coyunta de los futuros poderes… Es decir, el abuso de la voluntad del ciudadano, los pactos contra natura…Los mediocres no tienen otro instrumento que la falacia o el silencio. Ni hablan, ni dicen, ni expresan lo que de verdad sienten en sus entrañas íntimas. Mienten, y avanzan de la mano del silencio o de la omisión en un cortejo lamentable que nos depositará como víctimas en la puerta del camposanto. ¿Dónde se ha visto que a un país lo gobiernen los mediocres, o los “insuficientes” como dicen los italianos, si es la empresa que atiende los intereses de todos? (…) Solo abriendo puertas y ventanas, franqueando las cancelas, reduciendo a los mediocres a su condición, la democracia recobrará su aliento y los mejores regresarán a la palestra. Si pésimos son los mediocres, peor es su conspiración. O se corrige la ley electoral y se abren las listas electorales, o los votantes en blanco y los abstencionistas tendrán de sobras la razón. Son más perniciosos los mediocres que los malos”. (Subrayado mío)

Transmutemos esta parte de tan brillante prosa a nuestra tragedia electoral y al hacerlo, quienes propugnamos la abstención electoral tendremos de sobra razón. Salvo el 4 de diciembre de 2005, en la elección de los diputados a la Asamblea Nacional, donde se logra una abstención de 84%, entre abstencionistas y votos nulos como objetivo de lucha, hecho este trascendental e histórico, en las demás elecciones gran parte del colectivo se embarca en una utopía electoral que cada día los acerca más a la tragedia: la desaparición del Estado de Derecho, del imperio de la ley y la pérdida de nuestros valores judeocristianos, en fin, del Estado republicano, y al final como resultado de correr la arruga –de elecciones en elecciones– tendremos el conflicto de la guerra interna o externa.

No se quiere entender que con la participación electoral se cohonesta el fraude electoral y se legitima a un régimen que se encuentra protegido por un paraguas que hace goteras de espantos. Participación electoral inducida por una dirigencia que les engaña, en una danza de la “conspiración de los mediocres” –gobierno y oposición participacionista–.

Nuevamente, el 15 de octubre el país se prepara para una nueva elección, en esta oportunidad la elección de los gobernadores. Se continúa en el delirium de la ruta electoral fraudulenta y en la búsqueda concertada –voluntaria– de la legitimación del régimen, que navega en el estiércol del diablo. Es por ello que hay que recordarle al colectivo que la Constitución de 1999, que se dio el régimen para vestirse a su antojo, establece como un derecho y no como una obligación el ejercicio del sufragio. En la ruta electoral venezolana es tan legal concurrir a votar como abstenerse de votar, es decir: votar no votando. No son traidores ni infiltrados quienes lo ejerzan, como delirantemente algunos líderes en su proceso orgásmico frente a las masas lo gritan desaforadamente.

A la abstención le tienen miedo el régimen y la oposición electoralista, por ello la han estigmatizado, tanto así que aún dirigentes calificados de la oposición radical que promueven el vacío electoral prefieren no mencionarla, sin darse cuenta de que el ejercicio de este derecho constitucional lleva implícito un accionar consciente que involucra una reacción del individuo como resultado del análisis racional de la situación y del drama que el país vive; y de la descomposición de sus políticos, que siente.

Me refiero a que no votar es una acción profundamente razonada y responsable, valiente y de coraje, porque no se puede llamar abstención a lo que no esté sustentado por una sólida argumentación generada por el análisis formal y serio de todos los elementos que inciden en la toma de tan difícil y compleja decisión. Por tales razones, el acto de no votar en estas circunstancias históricas del país debe apoyarse en un análisis lógico y reflexivo, que permita a cada potencial votante decidir si desea o no hacerse corresponsable del fraude perfeccionado por el régimen, avalado «quizás» por la posición absurda y tozuda de una  oposición electoralista per se, que no está a la altura de la circunstancia histórica que le ha correspondido vivir, que al automentirse engaña y arrastra con su mediocridad también al colectivo.

En ese obligatorio análisis tenemos que preguntarnos si con todo el andamiaje fraudulento y ventajista, legal, técnico y financiero montado por el régimen a través del órgano rector electoral CNE y su REP, gruesamente distorsionado, se puede concurrir al ejercicio soberano del voto, como no sea solo para legitimar el fraude electoral y en este caso particular legitimar a un régimen dictatorial socialista marxista que está profundamente herido; y si el colectivo, por la indolencia de una parte de sus líderes y por su propia indolencia, se presta a servirle de utilería, nos estarán llevando como a las nuevas generaciones a la ruina moral para vivir en una caricatura de democracia que construye un incipiente Estado comunista, y así legitimar lo ilegitimable. Pregunto: ¿será que con la parodia del ejercicio del voto los líderes de la oposición, apartándose sistemáticamente de la realidad, por negarse a admitir la naturaleza comunista y militarista del régimen, conducen voluntaria o involuntariamente al colectivo hacia el suicidio? ¿Está éste último consciente?

Si no concurrimos a votar acabaríamos con la “conspiración de los mediocres”, entre quienes subsisten aquellos políticos y opinadores de oficio que ya comienzan a tratar de inducirnos con el chantaje de la palabra a la participación electoral; o es que acaso esos mismos personajes se olvidan a propósito de la nueva reestructuración territorial que coloca como última instancia a las gobernaciones en manu militari, o será que sus intereses partidistas y personales utilizan la vía electoral como la carnada para obligar al colectivo a concurrir nuevamente a la gran estafa. Véanlo así: si concurrimos a votar iremos derecho al camposanto, pero si no votamos podemos continuar deslegitimando nacional e internacionalmente al régimen e implosionarlo constitucionalmente. ¿No tenemos de sobra la razón? Ustedes decidirán.

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