Es una especie de lamentable marca atávica la que han arrastrado los pueblos latinoamericanos, en eso de darse íntegramente en la lucha por una sociedad de valores superiores y por el ejercicio a plenitud de sus derechos, y terminar viendo sus destinos regidos por profesionales de la política, no necesariamente comprometidos con los intereses y aspiraciones populares.

Abundan los recuentos y análisis que pretenden ser profundos y objetivos, sobre complejos temas de economía o de alta política; lo cual significa que, gracias a los especialistas en tales materias, eso en el campo de la opinión está más que cubierto. Pero siempre queda un espacio también para lo considerado banal…

Sea por comodidad o por tratarse de un patrón cultural inducido y asimilado, en el fondo siempre queremos finales satisfactorios, traducidos en el premio de un buen destino a los protagonistas que sufrieron confusiones y desencuentros, y que ahora pueden pasar de un romance a medias a un amor a plenitud; y en lo social, en el triunfo de la bondad y la justicia. O tal vez ese deseo de que la ficción termine bien, sea una expresión más de la carencia de desenlaces felices en la vida cotidiana, como ciudadanos y como pueblo.

A las muchas formas de violencia social a que están sometidas las personas, se les suman las agresiones en el campo de la estética; y aun pudiendo parecer banal el planteamiento, o desproporcionado el hecho de darles a esas agresiones jerarquía de problema y como tal abordarlas junto al desempleo, la inseguridad o el acoso represivo, hay elementos probatorios de que sí revisten importancia. Ante el comentario de que Leoncio Martínez en muchas de sus caricaturas evidenciaba regusto por la fealdad de sus personajes, Aquiles Nazoa decía que si no había belleza en esos dibujos “es porque no puede haberla, pues se trataba de retratar a un pueblo y a un país estrangulados por el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la represión inmisericorde de una dictadura cruel”.

El régimen define como revolución bolivariana a un proceso que parece tener como primera prioridad la humillación de las personas y el irrespeto a la condición humana. Ejemplos frecuentes así lo confirman. Es un deseo profundamente sentido, que la suma de circunstancias adversas que de algún modo fueron y son determinantes para la decisión de emigrar sea superada en breve tiempo, gracias a la firmeza del pueblo en la lucha por la recuperación de los rasgos definitorios de nuestra conciencia política y el decisivo apego a altos valores éticos y cívicos.      

Lo que sí está claro es que se nos plantea a nombre de la preocupación por el país y por razones de honor, no decaer en el enfrentamiento a la bestialidad oficial, y mantenernos firmes y fieles en la defensa de nuestros derechos

Seamos consecuentes con la advertencia de No olvidar, son muchas las personas asesinadas a ser recordadas y muchos los homicidas impunes a no ser olvidados. El mundo tendrá que ocuparse de Venezuela y sus numerosos presos de conciencia. No más humillaciones a la dignidad ciudadana y sí decidido cultivo de un Estado democrático y no policial. No olvidemos que la resignación cual actitud vital sí que es realmente lo peor que nos puede pasar, como individuos y como pueblo.

En las vertiginosas circunstancias actuales cuesta dar con un calificativo preciso para definir la conducta oficial, la desatada verborrea ejecutiva y la voracidad del saqueo del Tesoro Nacional, que de conjunto y definitivamente caracterizan al régimen que así cierra su bochornoso ciclo histórico, con un fracaso político pero con asegurado enriquecimiento suyo.


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