Los resultados de las elecciones en el país vecino pueden ser muy buenos o muy malos no solo para Colombia sino para todo el continente.

Si en el caso de Venezuela la elección de un nuevo gobierno es una parodia afortunadamente ya desenmascarada ante los ojos del mundo, el proceso colombiano tiene aún características de validez institucional. El gran tema es que el tenor de los actores en el escenario neogranadino reviste una alta complejidad para la paz hemisférica, precisamente por la relación que pueden desarrollar con las fuerzas nefastas que gobiernan nuestro país.

Si alguien piensa que el propósito principal del madurismo es solo conservar el poder en Venezuela se equivoca de palmo a palmo. Maduro es algo similar a una marioneta del comunismo castrista cuya meta última no es solo Venezuela, a quien ya tienen en un bolsillo, saqueada y depauperada por los cuatro costados, sino además Colombia. Un gran drama para la paz y para la democracia hemisférica sería que un colaboracionista con el madurismo y con el castrismo llegara a controlar el gobierno y el Parlamento colombiano.

Si algún adversario de Juan Manuel Santos ganara las elecciones colombianas, el proceso de paz convenido con la guerrilla por este último retrocedería de una manera determinante. Tal resultado sería un dardo fatal para un eventual nuevo gobierno de Nicolás Maduro. Las guerrillas volverían a ser un objetivo militar del Estado colombiano y la perniciosa alianza narcomilitar que opera de los dos lados del Arauca volvería a tener frente a sí una cuesta harto empinada. Pero eso no es todo. La posibilidad del gobierno venezolano y del cubano de influir en los destinos de Colombia se vería vuelto trizas si un candidato como Iván Duque llegara a tener las llaves del Palacio de Nariño.

En alguna columna anterior mencionábamos el hecho de que a nivel del gobierno de Estados Unidos la vigilancia del proceso electoral venezolano tiene mucha trascendencia por dos razones: la importancia de nuestro país como agente facilitador del tráfico de cocaína y la alianza del gobierno actual con el terrorismo mundial. El drama humanitario, el de la violación sistemática de los derechos individuales en nuestro país, no amenaza a Estados Unidos, pero los otros dos sí. Además de ello, la posibilidad de que el gobierno de Colombia caiga en manos de un aliado del castrocomunismo terrorista también trasnocha a Washington. Todo ello explica que le estén respirando en la nuca al presidente del país vecino. Mientras Santos se ha esmerado en abrirle la puerta a las izquierdas en su afán por mantener esa suerte de paz chueca que fraguó con los criminales insurgentes, los estadounidenses se esforzarán para que ello no ocurra.

Si en alguna materia Venezuela y Colombia son un binomio indisoluble en la hora actual es en la electoral. Eso lo sabe nuestro presidente y esa es la razón por la que incita al colombiano que mora en tierras nuestras o que tiene la doble nacionalidad a que su voto favorezca a las izquierdas colombianas.

Quienes desde este lado del Arauca hemos sufrido en pellejo propio la devastación de la que hemos sido objeto por las dos décadas de revolución, deberíamos mostrar en toda su lapidaria extensión aquello para lo cual sirve un gobierno como el que tenemos en Miraflores, porque muchos colombianos parecen no haberlo entendido aún. 


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