Una de mis imágenes preferidas de Sadam Hussein es la que aparece en alguno de sus cuarenta palacios con un traje de tres piezas impecablemente cortado quizá por el mejor sastre de Savile Row, un sombrero del más cotizado sombrerero vienés, la corbata Hermès y el brazo derecho alzado con una ametralladora Thompson disparando como muestra de su irrebatible autoridad. Y me parece entrañable porque la comparo de inmediato con una segunda en que luce despeinado, con la mirada extraviada ante un médico del Ejército de Estados Unidos que le solicita con poca cortesía que abra la boca para examinarlo. Entre las dos tomas corre el relato que demuestra trágicamente la provisionalidad del poder. Aquel que lo crea permanente lo invito a contemplar esas imágenes que dan cuenta del modo cómo los hombres ocupan un sitio precario en eso llamado la historia. Todas las promesas de mil años de dominio o siglos de revolución siempre se anuncian por temerosos o analfabetos.

John Ruskin se atrevía a concluir que la única permanencia la ofrecía el arte y de todos los tiempos nos conmueven sus monumentos, lienzos y páginas. La civilización se desliza en una curiosa interacción entre tradición e innovación y no precisamente para homenajear a tiranos o prometedores de paraísos. La necesidad de llegar al futuro o de modelar un presente se realiza en civilización atendiendo a estas dos fuerzas dialécticas que operan a favor de una continua síntesis que ni olvida el pasado ni se entrega ciegamente al porvenir.

Hasta en países que desconocen la modernidad está operando esa querella entre el pretérito y lo que viene, y aun dentro de una sociedad tribal y cavada en la prehistoria institucional como la árabe saudí se están dando los pasos para enterrar los vicios de los tiempos precedentes. Mohammed bin al Salwan, el príncipe heredero de apenas 32 años de edad, ha organizado una cacería de corruptos encabezada por el más rico de los magnates, el príncipe Alwalid bin Talal, accionista de Citigroup, 21st Century Fox y Twitter. Once aristócratas, ministros, ex ministros y hombres de negocios cayeron en la redada que promete adecentar el entorno de negocios. Bin al Salwan ha dispuesto una cárcel ad hoc para ellos: el esplendoroso Ritz-Carlton de Riad. Los apresados no cuentan con habitaciones ostentosas sino con colchonetas en los salones del establecimiento. Del jet, los pisos en Belgravia, las cuentas de dígitos infinitos en Suiza y los Rolls-Royce por encargo ahora aprecian la sencillez del catre mientras aguardan por un cadalso en la madrugada. Una muestra adicional de las sorpresas de la historia que guarda compasión por pocos. Menos por los que proclaman la seguridad de una causa, un color o una banda.


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