El siguiente texto es un extracto del testimonio verídico de Khadidiatou Diallo, una mujer africana, militante en Francia del Grupo de Mujeres para la Abolición de las Mutilaciones Sexuales:

“Nunca me olvidaré de ese día. Fue en 1966. Yo tenía 12 años y mi hermana 10. Como todos los veranos, estábamos en casa de nuestros abuelos paternos, en una aldea a 15 kilómetros de Bamako. Una mañana temprano fuimos a ver a mi tía, la hermana de mi padre, a quien siempre queríamos visitar, pues nos consentía mucho.

“Yo no sospechaba nada. Mi tía me llevó al baño y ella y varias mujeres más se abalanzaron sobre mí, me agarraron, me tumbaron y me separaron las piernas. Yo gritaba. No vi el cuchillo, pero sentí que me estaban cortando. Había mucha sangre. Lloré, pero me decían: ‘No hay que llorar, es una vergüenza cuando una llora, ahora eres una mujer, lo que te hemos hecho no es nada’. Empezaron a dar palmas y me vistieron con un paño blanco. No me pusieron ninguna venda, solo algo que habían preparado con aceite de karité y hojas. Le tocaba a mi hermana menor. La oí llorar y pedirme auxilio y eso me hizo sufrir aún más.

“Me embarga un sentimiento de odio y de rabia. Me casé a los 22 años. Nunca pude decir que me faltaba algo en mi cuerpo, porque no se admitía que una mujer expresara sus deseos de placer. No es una herida, sino una verdadera mutilación; una herida se cura, pero con la mutilación se pierde algo para siempre”.

Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud, más de 130 millones de mujeres han sido víctimas de mutilaciones sexuales y, anualmente, 2 millones de niñas corren el riesgo de sufrir esas prácticas. Existen 28 países del África y grupos que realizan esto dentro de las comunidades de inmigrantes en Europa, Australia, Canadá y Estados Unidos.

La mutilación sexual femenina –conocida como excisión–, consiste en cortar la piel que recubre el extremo del clítoris o la extirpación (ablación) de este órgano y, a menudo, se amputa parte de los labios menores. Otra mutilación mucho más extrema es la de la infibulación, también llamada circuncisión faraónica, que es una excisión que se completa con la ablación de los labios mayores, cuyos muñones se suturan de un extremo a otro, dejando un pequeño orificio para permitir el paso de la orina, el flujo menstrual y más adelante, permitir la penetración. Esta práctica tiene graves consecuencias: hemorragia, anemia, retención de líquidos, infecciones pélvicas y desgarramientos en el parto. Se ha considerado que dicho ritual no tiene vinculación con religión en particular, ya que tribus animistas, judíos, cristianos y musulmanes la practican, siendo esta última la más identificada con este rito considerado de transición.

En la mayoría de los países musulmanes, las leyes laborales en el sector industrial o administrativo, tienen como primera víctima a la mujer trabajadora en relación con la desigualdad de sueldos, facilidades maternales o en lo referente a la jubilación, mientras que, en la agricultura o el trabajo doméstico no existe ninguna ley que proteja a las trabajadoras.

En lo relacionado con las leyes familiares –en cualquier país árabe–, como la finalidad es proteger los beneficios de la familia como una unidad económica, les dan todo el poder a los hombres, quienes, desde el punto de vista religioso, son los únicos capaces de mantener y defender esa unidad, convirtiendo a las mujeres –reitero– en sus primeras víctimas.

Estas “ceremonias” obligan a que cada vez sea mayor el número de mujeres de corta edad que abandonan su país de origen, para emigrar a Europa o a América del Norte principalmente, sumándose a los problemas alimenticios y de trabajo existentes. Todo esto fomenta la prostitución, el odio y la denuncia constante de grupos que consideran el “totalitarismo islamista” comparable con el nazismo y el estalinismo, que desemboca en choques violentos, y todos estos hechos ocurren “en nombre de Dios”.

Un caso significativo es el de Waris Dirie, quien nació en Somalia, en una familia nómada. Ignora su edad, pero podría tener 52 años (1965). A los 5 años de edad, aproximadamente, su madre la condujo a la oscuridad del desierto y dejó que una gitana le extirpara el clítoris. Después, la cosieron con espinas de plantas y le ataron las piernas por 40 días. Su belleza le valió un millonario contrato con la marca Revlon y ser parte de las inolvidables chicas Bond. En septiembre de 1996, fue nombrada por la ONU Embajadora Especial para su campaña en contra de la mutilación femenina. Es autora del libro La flor del desierto (Editorial Planeta, 1999), en el que habla sobre su niñez y de cómo salió de África.

La mutilación femenina ha sido una práctica milenaria que no debería seguir existiendo, sin embargo, es tan complicado erradicarla y tan complejo combatirla, que el simple hecho de mencionar esta posibilidad es ya una herejía por la cual en diversos países yo podría estar siendo lapidado.

Pero dentro de nuestras sociedades modernas, debemos hacernos conscientes de que estas prácticas suceden todos los días en lugares remotos del planeta o bien, a la vuelta de la esquina de nuestro vecindario, por lo cual el hecho de ignorarlo no va a solucionar ni a mejorar la situación, ya que no solo se daña a la mujer, sino que la figura varonil también es trastocada.

En la medida de nuestras posibilidades, hablemos y ataquemos estos sucesos con la firme convicción de construir mejores bases sociales, fomentar la conciencia humana, valorar la figura femenina y toda su femineidad, quizás, en no muchos años, podamos decir que en todo el mundo la mujer ya no es un objeto sexual, de trabajo doméstico y de reproducción humana, sino que ha sido valorada como la depositaria de la vida misma.


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