Anclado en casa por imposición de las circunstancias, me hago a la relectura de tres textos no por breves menos enjundiosos: Las revoluciones terribles de Ángel Bernando Viso, El carrusel de las discordias de Simón Alberto Consalvi y Churchill de Sebastian Haffner. Todos actuales y perfectamente referenciales de la tragedia de fin de ciclo que vivimos los venezolanos en estos que bien podrían ser considerados los peores tiempos desde los recordados con horror de la Guerra Federal y la Guerra a Muerte.

El primero, de Viso, sitúa el contexto: el desmoronamiento, decadencia y caída de las sociedades en las que, no sin razón, califica de revoluciones terribles. Esos brutales tropiezos históricos que dan los pueblos cuando cogidos por la vorágine de la locura deciden proceder a mutilarse. Hacerse, como aprendimos a decir de niños asombrados en la literatura o en la cinematografía por rituales del Extremo Oriente, el harakiri. Regresar a la violencia bárbara de los orígenes y proceder al parricidio. Incluso al suicidio. Contra la alabanza apologética de la barbarie, que gratifica la existencia de esas masacres tumultuarias, Ángel Bernardo Viso identifica los rasgos de ese supremo acto de autodestrucción: las revoluciones, desde octubre de 1917 todas de índole marxista. Desde la primera de ellas, antes de la gran revolución bolchevique, la francesa, hasta las que hundieron a la humanidad en los horrores de dos guerras mundiales. Las de Lenin y Adolfo Hitler.

En El carrusel de las discordias, Simón Alberto Consalvi somete a la  crítica histórica, entre otros males, el mal ontológico del militarismo, esa forma bárbara y automutiladora de la política “armas en mano”, que se ha cebado en el cuerpo de la nacionalidad desde su mismo nacimiento. Una traición a la civilidad promovida por el mismo Libertador y convertida en maña y tara reiterativa de la vida política nacional, que lleva dos siglos bajo la permanente amenaza de la traición y la espada. Cáncer originario de todas nuestras violencias. Y del que ni siquiera nuestra máxima figura política, el estadista Rómulo Betancourt, pudo salvarse. Cuando no han gobernado con el sable y el machete, han cautelado desde las sombras a los civiles que lo hicieron. Combinando el chantaje y la presión con la amenaza permanente del golpe de Estado. Hasta culminar en este contubernio devastador del golpismo militarista venezolano con las fuerzas del castrocomunismo cubano, la burla a sus imperativos constitucionales, la traición a nuestra nacionalidad y la entrega de nuestra soberanía. Razones más que suficientes para ser llevados al cadalso. Y pensar muy seriamente en prescindir para siempre del monstruo uniformado. ¿Contamos con una sociedad civil suficientemente preparada y capacitada como que se gobierne liberada del chantaje ante el terror de los tanques?

De esas lecturas, la más fructuosa es la de la biografía del gran estadista inglés Winston Chuchill, la figura política más rica y compleja de la historia europea contemporánea, analizada por uno de los más lúcidos y perspicaces analistas alemanes, Sebastian Haffner, a quien debemos otro espléndido estudio de su contrafigura, Anotaciones sobre Hitler. Único, extrovertido, diletante y aventurero, Winston Churchill es sin duda la figura clave de la sobrevivencia plenamente exitosa de la cultura liberal democrática al brutal asalto del nazismo a Europa y a Occidente del siglo XX. Y sin cuya soberana inteligencia, su valor y su extraña combinación de guerrero y estadista, hoy el mundo no sería el que conocemos: “En pocas palabras, sin el Churchill de los años 1940 y 1941 resulta perfectamente concebible que en estos mismos momentos (1967) un Hitler septuagenario estuviera gobernando sobre un Estado pangermánico de las SS cuyo territorio se extendería del Atlántico hasta los Urales o tal vez aún más lejos. Claro que, sin Churchill, posiblemente hoy en día seguiría existiendo el imperio británico (cuya existencia Hitler estaba perfectamente predispuesto a preservar), aunque, eso sí, estaría sometido a una incómoda cooperación desigual con el imperio continental euroasiático de Hitler y, probablemente, estaría gobernado de un modo fascistoide y bárbaro. Es posible que, sin él, la contrarrevolución mundial con la que el propio Churchill había coqueteado en numerosas ocasiones durante los años veinte hubiera salido ganando, al menos al principio. Ni siquiera podemos descartar completamente lo siguiente: que la guerra de represalia y de sumisión contra América que Hitler aún esperaba poder lidiar en persona a la cabeza del Viejo Mundo después de haber colonizado Rusia, y que concebía en alianza con el imperio británico, hubiera tenido lugar y se hubiera ganado… Pero como existió Churchill, la historia universal tomó otro rumbo… Gracias a Churchill no fue Alemania sino América y Rusia quienes se convirtieron en señores del mundo. Gracias a Churchill, actualmente el fascismo ya no desempeña ningún papel relevante en el mundo, sino que son el liberalismo y el socialismo los que luchan por obtener la primacía en la política mundial. Gracias a Churchill, la contrarrevolución sufrió un golpe mortal y el camino de la revolución mundial quedó expedito”.

Una macro visión histórica como la extraordinariamente lúcida y culta de Sebastian Haffner sería necesaria para poder calibrar y acertar en el análisis de la importancia del rol histórico desempeñado por Rómulo Betancourt en nuestro hemisferio a comienzos de los años sesenta, en pugna mortal con su contrafigura hitleriana, Fidel Castro. El mismo Rómulo creyó encontrar ese historiador en el hispanista inglés Hugh Thomas, que lo consideró uno de los grandes estadistas de su tiempo, sin que al final el historiador inglés, que lo admiraba, aceptara el envite. Le pareció demasiado complejo y arduo para quien no dominaba la accidentada historia de Venezuela. 

Hugh Thomas lo sabía, y lo expresó en el prólogo que escribiera a la versión inglesa de Política y petróleo: sin Rómulo, Venezuela se hubiera rendido a los cantos de sirena del castrismo, no hubiera habido una sola figura capaz de enfrentársele y vencerlo y aliada con Cuba hubiera podido hacerse con el control y el dominio de todo el subcontinente. Cambiando el curso de la historia. Era la máxima aspiración de Castro, que aliado a Rómulo se hubiera hecho de la región, pudiendo llevar a cabo el asalto y la guerra contra Estados Unidos, el gran sueño y la gran ambición de su vida. El obstáculo que encontró en Betancourt fue insalvable. La insólita facilidad con que se hizo cuarenta años después de Venezuela es la prueba fehaciente de lo que afirmamos. Como, expresado inversamente, acierta en el juicio: la muerte de Rómulo Betancourt fracturó las más importantes reservas de la democracia venezolana. Y la dejó inerme ante el asalto de la barbarie castrocomunista. 

El colofón no puede ser más trágico; Venezuela carece del liderazgo necesario para salir por sus propias fuerzas de la tortuosa esclavitud en que ha caído. Tampoco Inglaterra hubiera podido librarse de Hitler, sin el concurso de Estados Unidos. Pero tuvo en ese colosal líder llamado Winston Churchill el espíritu rector de su salvación. ¿Dónde espera por nosotros el Churchill venezolano? ¿A qué espera Estados Unidos para venir en auxilio del que ha sido en el pasado uno de sus principales aliados? No tengo las respuestas.

Sebastian Haffner, Winston Churchill, Una biografía, Ediciones Destino, Barcelona, España, 2003. Págs. 164 y 165.


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