Hace mucho tiempo que dejé los cigarrillos, pero recuerdo con nostalgia cuando en los vuelos internacionales pedía un escocés en las rocas y fumaba en el avión. O lo hacía en los bares, ¿qué mejor sitio para el humo? Pero llegó el día en que los hippies de Berkeley, devenidos en capitostes de la opinión pública, decidieron diseñar el mundo a su imagen y semejanza de acuerdo con los linderos del planeta americano. Y prohibieron e impusieron bastantes cosas. Hasta dejamos de comer maní en los vuelos porque alguien se intoxicó. Hay algunos delirantes que han pretendido abolir los perfumes. Francis Fukuyama ha apuntado que la globalización no es sino un capítulo de la americanización del mundo y frente a ello hay que tener cierta cautela, no por el libreto de los acomplejados del socialismo, agrego, sino porque se trata de que nuestros usos culturales desaparezcan y se impongan unos extraños que no nos correspondan.

En mi época de estudiante de posgrado en Tulane en los noventa, recuerdo una vez que me ofrecí a acompañar del salón de computadoras hasta su carro, tarde en la noche, a una estudiante del doctorado de literatura inglesa. No solo se negó, sino que noté que despreciaba mi oferta (realizada bajo las normas de la caballerosidad hispana) y se había sentido ofendida. A las feministas, darles paso, retirarles la silla o abrirles una puerta constituye un insulto y un regreso a la sociedad tribal machista. En algunos estados de Estados Unidos mirar a una mujer en un sitio público con cierta intensidad, digamos nuevamente en un bar, puede constituir una transgresión de la ley. Basta que alguien llame al 911 y a la persona la esposarán y le leerán sus derechos por delincuente sexual atrapado en tentativa.

Luego del escándalo de Harvey Weinstein (a quien los tribunales deben comprobarle los delitos y condenarlo), los americanos se dirigen hacia un neopuritanismo sexual que promete arrastrarnos ecuménicamente. Como hay que equiparar los géneros, ya acusaron a Kevin Spacey y estimo que pronto será indiciado un transexual. La gala de los Golden Globes fue la puesta en escena del unanimismo moral con que los índices de una sociedad pueden apuntar. Afortunadamente, ha aparecido la mujer más bella de Francia, Catherine Deneuve, para responder por el resto del mundo que las violaciones son delitos como corresponde, pero alertando que la seducción no lo es. ¿Y cómo puede serlo si forma parte de la naturaleza humana? ¿O es que preferiremos ahora ligar online con un cuestionario por delante? La Deneuve, bella de día y de noche, alza su voz para defender el galanteo y que esta obcecada campaña termina erosionando la libertad para gusto de reaccionarios y extremistas.


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