Estoy aterrada, hijo. Estoy llena de rabia, de tristeza y de lágrimas. A lo mejor no estoy a la altura de las circunstancias que nos exige Venezuela, y te pido perdón por eso. Lo siento, pero no puedo quitarme el traje de madre que llevo puesto desde hace 23 años.

En la rebeldía de cada muchacho en la calle te veo a ti. En la irreverencia y en lo contestatario de cada estudiante estás tú. Te escucho en cada reclamo y con cada joven caído se me desgarra el alma porque también te veo reflejado a ti.

Siempre te he enseñado a luchar por lo que crees, a mantenerte firme en tus convicciones, a dejar los fanatismos de lado, perseverar en tus objetivos, a nunca humillar a nadie y a no negociar tu libertad ni el derecho de decidir sobre tu vida.

Así creciste, contracorriente a los valores que carcomían a nuestra Venezuela. Te metiste a “cabeza caliente” y empezó mi calvario cada vez que hablaban de marcha. Te metías en cuanta protesta había, creyendo firmemente en la necesidad de construir un mejor país. No podía reclamarte nada porque yo hago lo mismo que tú. Eso sí, moría de miedo cada vez que te ponías tus gomas, agarrabas la bandera y te guindabas el morral. Solo me quedaba tragar grueso porque luchabas por lo que creías, luchabas por el país de las libertades y oportunidades del que yo te contaba y que tú no conociste.

Solo Dios sabe lo que he llorado cada noche de los últimos 16 meses, desde que te fuiste del país buscando nuevas oportunidades. Una y mil veces me he preguntado si soy mala madre por sentir tranquilidad porque estás fuera, aunque con frecuencia la tristeza de no tenerte a mi lado me gane la partida. Veo tantas aberraciones y ensañamiento entre hermanos, que me espanto.

Hoy me desborda la rabia, la impotencia, la insensatez de una guerra sin cuartel que se lleva a su paso la vida de jóvenes que, como tú, han luchado por cambiar este país, que como tú tienen derecho de ser libres, de cumplir sus sueños, de vivir a plenitud, de exigir sus derechos y hacer de Venezuela su casa grande.

En la vida hay momento para todo. Hoy es mi momento de llorar para que las lágrimas calmen el dolor y retomar mañana la batalla diaria para hacer la mejor versión de nuestro país, para ser la mejor versión de nosotros mismos.

*Periodista

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