Si se celebran las “elecciones” presidenciales convocadas por la ilegítima asamblea nacional constituyente, sin un Consejo Nacional Electoral independiente, sin observadores internacionales, habrá dos derrotados: Nicolás Maduro y Henri Falcón, los participantes principales en la contienda.

El presidente-candidato que seguramente será el “ganador” no será reconocido por las democracias occidentales, tal como lo han anunciado. Además, estarán pendientes de lo que ocurrirá en Venezuela luego de dichas “elecciones” con las condiciones electorales fijadas unilateralmente para el 22 de abril. El día siguiente de ese proceso “electoral”, el no reconocimiento señalado marcará un aislamiento inédito en la historia venezolana. En ese momento comenzará la soledad del “vencedor” de esa contienda. 

Ni Estados Unidos, ni Canadá, ni la Unión Europea, ni los países latinoamericanos en los que reina la democracia, lo reconocerán. Si a esto se suma que estos países han anunciado que aumentarán las sanciones que ya han puesto en práctica, la situación para el régimen será de grandes dificultades, y lo convertirá definitivamente en un gobierno de facto. Su talante dictatorial será indiscutible. Por eso, ese “triunfo” electoral producirá simétricamente su debilitamiento internacional y económico. Desde luego que esta victoria solo será aparente porque en el fondo lo que puede ocurrir es una clara derrota política. Serían las bayonetas su único sustento y, como le dijo Talleyrand a Napoleón: “Las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse sobre ellas”. Esto quiere decir, que un gobierno no se puede sostener indefinidamente por la fuerza militar.

La participación de Henri Falcón, por su parte, no compromete la victoria del candidato revolucionario, sino que servirá para alegar la legitimación de todo el cuestionado proceso, especialmente de la asamblea nacional constituyente. Este es el mayor riesgo que ofrece una candidatura como la del ex gobernador de Lara, que se presenta a contracorriente de lo decidido por la Mesa de la Unidad Democrática. Desde esta perspectiva, no se trata de un candidato opositor, sino, más bien, de un contrincante aceptado por el socialismo del siglo XXI.

Aunque es sabido que la “política es el arte de lo posible” o de lo “imposible”, y que Falcón tendría como reto hacer “posible lo imposible”, si logra un éxito electoral; pero en este escenario resulta poco probable, por no decir imposible. Sin embargo, hay quienes piensan que Falcón podría lograr lo que luce impensable, con el voto de los chavistas moderados y de un pequeño sector de la oposición para ser el presidente de la transición, con garantías de que no habrá persecución judicial contra los responsables de violaciones de derechos humanos. Esta posibilidad queda refutada por la experiencia vivida por los venezolanos, que nos lleva a pensar lo contrario. Con el carnet de la patria y demás ventajismos no es posible que se pueda obtener el voto de los chavistas disidentes.

La candidatura de Falcón encaja dentro del ambiente que se respira: que habría un candidato “opositor” aceptado por el régimen, al estilo de Nicaragua. El ex gobernador no es producto de una elección dentro del seno de una oposición sin inhabilitados, ni tampoco es un candidato de consenso. En unas elecciones con integridad electoral, sin inhabilitaciones, nuevo CNE y observadores internacionales, a Nicolás Maduro no se le ven posibilidades de victoria.

Dentro de este cuadro, el ex gobernador de Lara debe reflexionar mejor su decisión y retirar su participación de estas “elecciones” presidenciales.


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