Los desatinos de Juan Manuel Santos al frente de la magistratura de su país fueron incontados. Uno que resulta imposible asimilar y justificar es que a escasas horas de la entrega formal de su cargo como presidente no haya tenido la sindéresis necesaria para abstenerse de comprometer a su país con la Autoridad Palestina, dando un viraje de 180 grados en lo que había sido la manifiesta política exterior neogranadina hasta ese momento.

En palabras del avezado analista Eduardo Mackenzie, este equivocado movimiento del jefe del Estado colombiano fue “una peligrosa jugada a dos o tres bandas contra la estabilidad diplomática de Colombia, es decir, contra la seguridad militar y política del país”.

¿Cuáles compromisos llevaron al ex presidente a tomar tan descabellada decisión dándoles la espalda a algunos de sus asesores, a sus aliados internacionales, a sus representantes diplomáticos en el exterior? ¿Cómo fue que se pudo gestar en el ánimo presidencial un absurdo paso como el emprendido en favor de Mahmoud Abbas, un cambio de norte que produce consecuencias muy adversas para su país, pero que a sí mismo lo coloca del lado de los enemigos de la soberanía, de la democracia y de la paz, y que evidencia saña fina en relación con el mandatario que está por inaugurarse en Colombia?

Es evidente el ánimo de Juan Manuel Santos de poner palitos en las ruedas de su sucesor, quien no ha ocultado al mundo entero su comunión de intereses con Norteamérica y la voluntad de su administración –vertida en su programa de gobierno– de desarrollar con Washington una alianza útil a los intereses colombianos.

Hilando fino, habría que pensar que no se le pasó por alto al mandatario saliente que Iván Duque revisaría la decisión y que incluso podría revertirla. ¿Estaba Santos con ello provocando un desencuentro entre la Autoridad Palestina y el nuevo gobierno de Colombia que podría, en el futuro cercano, convertirse en un conflicto mayor para su país? ¿En qué momento su gobierno se convirtió en aliado de quienes propugnan de viva voz y con acciones contundentes de fuerza la destrucción del Estado de Israel? 

Las especulaciones en relación con ese viraje son muchas y gran número de analistas le atribuyen tal barbaridad a pactos secretos con las FARC en La Habana. Me cuesta llegar a admitir tal desaguisado, pero entiendo que dentro de la incongruencia cualquier interpretación tiene sentido.

Hay igualmente quienes atribuyen la perversa iniciativa a María Ángela Holguín, canciller y dilecta colaboradora del Santos de la paz habanera. Su explicación de las razones para instar al gobierno a tomar tal decisión no son solo inválidas, sino que van en contravía de las posiciones asumidas por ella misma investida de su condición de generadora de la diplomacia que prevaleció en el país colombiano durante su larga gestión ministerial, las cuales siempre se ubicaron a favor de las conversaciones entre las dos partes en conflicto –Israel y la Autoridad Palestina– como única vía para una convivencia en paz.

Así las cosas, nos quedará siempre la interrogante de la verdadera motivación que tuvo Juan Manuel Santos al echar por tierra la amistad de su país con Israel. El embajador de ese país en Bogotá no le ahorró epítetos a la notificación de la canciller sobre el cambio de rumbo y la calificó asertivamente de “bofetada”. No es extraño que este sea un insalvable desencuentro con Israel, otra manera de obstaculizar la política exterior del nuevo gobierno quién sabe con cuáles inconfesables propósitos.

Esta inoportuna decisión, tomada a destiempo y llena de incongruencia, es quizá la última manifestación de que en un lugar del camino a Juan Manuel Santos y algunos de sus acólitos se les desacomodó la brújula.


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