A estas alturas del trágico proceso sociopolítico venezolano, que se inició hace 19 años, debería estar absolutamente claro para todo el mundo, pero especialmente para los líderes políticos de la oposición, que el chavismo no saldrá del poder mediante marchas, paros, huelgas, manifestaciones y demás acciones violentas, como las que se han originado durante todos esos años, en las que ha habido una estela de cientos de muertos y miles de heridos, fortaleciendo al régimen en vez de debilitarlo. Como dijo Chávez en muchas oportunidades, la “revolución” está armada y, agregamos nosotros ahora, utiliza esas armas sin ninguna contemplación contra aquellos que se oponen a ella con violencia o simplemente con contundencia y determinación.

La salida pacífica, democrática y constitucional del drama que estamos viviendo debería ser mediante el voto ciudadano, pero esta solución se está haciendo cada vez más difícil porque el régimen, que anteriormente cuando tenía la mayoría pedía a la oposición que la utilizara en lugar de la violencia, ahora, que ha perdido la mayoría, realiza todo tipo de ventajismos, manipulaciones y fraudes para impedir el triunfo opositor. Así ocurrió el 15 de octubre pasado en la elección de gobernadores y sucederá otra vez en las próximas elecciones de alcaldes del 10 de diciembre. Estamos a la expectativa de la elección presidencial del año que viene, del previsible comportamiento fraudulento del régimen y de las negociaciones que para impedirlo se llevarán a cabo próximamente en República Dominicana, con fuerte presencia y apoyo internacional.

Si se cierra la vía electoral para salir de Maduro y su combo, quedarán solamente dos caminos para lograrlo: 1) El golpe de Estado, que solamente podrán darlo los militares y 2) La explosión popular contenida hasta hoy a duras penas por el gobierno mediante mecanismos asistenciales y de socorro que son sumamente costosos e insostenibles a largo plazo. 

El golpe de Estado no sería un hecho insólito en un país como el nuestro, plagado de ese tipo de eventos a lo largo de toda su historia, en circunstancias mucho más tranquilas y mejores (desde el punto de vista socioeconómico) que las presentes. Las condiciones para ello están dadas desde hace tiempo. Solamente la corrupción y la utilización política de la Fuerza Armada Nacional han impedido una intervención de esta en ese sentido. Pero esas mismas condiciones hacen factible la posibilidad de un cambio restaurador en su seno con una repercusión inmediata en el ámbito nacional.

Lo que es materialmente imposible es que sigamos transitando el mismo camino. El régimen chavista no puede continuar gobernando porque es incapaz de resolver los innumerables y gravísimos problemas que aquejan a los venezolanos en todas sus formas de vida. Estos problemas se agravan todos los días y ya son insoportables para la inmensa mayoría. El sentimiento de rechazo, de no seguir soportando calladamente los males que nos agobian, se siente en todas partes, en las calles, en el Metro, en las colas que surgen por doquier, en las farmacias, en los hospitales, en los abastos, en las panaderías y en los basureros que escarban manos temblorosas.

Ante la penuria, los precios inalcanzables de los bienes y servicios de primera necesidad, la escasez de medicinas y de alimentos, la falta de trabajo, los ingresos insuficientes, la inseguridad que nos acompaña de día y de noche, la falta de esperanza y de futuro para nuestros hijos y nietos, y mil calamidades más, la población está ya a punto de estallar. Es una bomba de tiempo mucho más peligrosa que la que dijo Chávez haber recibido en sus manos cuando el presidente Rafael Caldera le impuso la banda presidencial en 1998.

Todo ello afecta a los venezolanos en general, aun a quienes están sujetos al gobierno mediante el “bozal de arepas”. Son millones y millones que más temprano que tarde darán al traste con el sistema populista y rentista de la “revolución”, sea con los votos electorales o con las botas de quienes, formando parte del mismo drama, portan las armas de la República.


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