Justo en medio del mayor descalabro jamás experimentado por la República en todos los órdenes de la vida los lectores que vamos quedando en nuestra desdibujada nación de tristes, surge como por arte de magia una maravilla: un artefacto de papel que gracias a los encomiables esfuerzos editoriales de Oscar Todtmann Editores, Caracas, Venezuela, 2017; la cuidadosa dirección editorial de Luna Benítez y el impecable diseño de Carsten Todtmann y Pascual Estrada, brinda un recobrado entusiasmo a quienes la terrible crisis espiritual no nos otorga tregua moral ni anímica.

Diarios de rehab, del escritor y crítico de arte y literatura José Antonio Parra, es una vasta e insondable experiencia alucinante que desciende hasta las más hondas simas del infierno. Una despellejada experiencia personal sirve al autor de coartada para adentrarse hasta los más perturbadores abismos del ser que ha sufrido los insoportables rigores de la adicción a las drogas y sus terribles corolarios como patologías psicosomáticas de un cuerpo aguijoneado por los indescriptibles efectos del flagelo de la dependencia orgánica a los excrementos de Mefisto.

Las historias y microhistorias narradas con puntillosa escrupulosidad en poco más de 170 páginas están escritas salvaguardando los nombres reales de sus protagonistas, pero en esencia las tramas y entramados anecdóticos de los relatos que se tejen y entrecruzan en el libro, a decir de su autor, son fidedignos y reales, demasiado reales.

El diario cuenta lo que me sucedió ayer o lo que viví hoy; en este sentido es un registro anecdótico de un cierto devenir individual-existencial que a modo de confesionario va quedando de toda la fenomenología de la vida cotidiana que envuelve al sujeto biográfico que confiesa en sus páginas sus vividuras, sus caídas y aciertos.

Leyendo las dolorosas confesiones contenidas en estas páginas el lector atento a los muníficos detalles que tanto proliferan en las mismas extrae no pocas lecciones de vida. Por ejemplo, por las verosímiles afirmaciones de su autor sabemos que la vida cotidiana en un sanatorio o un centro de rehabilitación no es, en absoluto, nada divertido. Los bismarckianos regímenes horarios, las privaciones de toda índole, las constantes sanciones por violación de las reglas y normas internas de convivencia y las laceraciones psíquicas que causa en el interno las terribles recaídas son apenas unos pocos indicadores del infierno que deben padecer quienes toman conciencia de sacarse del cuerpo la muerte viviente de la adicción.

Por sus testimonios sabemos que durante los largos períodos de internamiento el paciente que fue el autor del libro leyó obsesivamente a Roland Barthes o a Octavio Paz y también a Julio Cortázar. Obviamente, tratándose de un escritor dueño de una cierta vena poética y de una prosa ensayística y critica es completamente coherente que las largas horas y días eternos invertidos en su tratamiento de sanación las invirtiera en leer y estudiar a dichos autores.

Leyendo con rigurosa atención las vibrantes páginas de Diarios de rehab nos viene a la memoria retazos de la vida atormentada de Gregory Corso o William Burroughs o estampas delirantes de la vida del mismo Allen Ginsberg, esas existencias rotas y truncas por la demolición del consumo de sustancias estupefacientes. Como que el autor de estos Diarios… fuese un corresponsal de la Generación Beat en Venezuela.


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