Hace 70 años una manifestación escénica desconocida se hizo presente en el medio cultural venezolano. A partir de 1948 las influencias de la danza libre, la danza moderna y la danza expresionista generadas en Estados Unidos y Alemania comenzaron a sentirse incipientemente en el país y a adecuarse a sus realidades, a través de la aventura visionaria que supuso la obra precursora de Grishka Holguín y la de sus discípulos Conchita Crededio, Sonia Sanoja, José Ledezma, Juan Monzón y Rodolfo Varela, a las que también se unirán las de Carlos Orta, Marisol Ferrari y Adriana Urdaneta. 

La danza contemporánea venezolana recibió el siglo XXI en estado floreciente y expansivo. Las tres últimas décadas de la centuria pasada habían sido de crecimiento sostenido y de afianzamiento en sus planteamientos conectados con las tendencias mundiales del movimiento: el abstraccionismo y sus vinculaciones con el hecho plástico, lúcidas experimentaciones a partir del cuerpo creativo, el renovado gesto expresivo de notorias connotaciones teatrales, y la nueva danza hecha de códigos irreverentes, espontáneos y desaprensivos.

Exhibía diversidad y genuino sentido de pertenencia con claros intereses universales. Sus creadores, sus obras y sus instituciones, lograban importante proyección nacional e internacional. Se hablaba de un gran auge y de un impulso que situaba a la danza nacional de vanguardia en una dimensión sin precedentes y se convertía en admirada referencia en el continente.

Las más relevantes iniciativas institucionales independientes alrededor de la danza mantuvieron su vigencia y en algunos casos renovado apuntalamiento. La compañía emblema Danzahoy cerró durante los primeros años de la primera década del siglo el ciclo de los que fueron sus momentos de mayor esplendor, marcando el final de esta etapa vigorosa e iniciándose una nueva en manos de Luz Urdaneta como directora artística. A su vez, Acción Colectiva, ahora llamada Aktion Kolectiva, proyecto que identifica a Julie Barnsley como creadora, se reorientó hacia una expresividad un tanto más serena en medio de su discurso convulso de siempre y de íntima exploración del mundo femenino, la pareja y sus arquetipos.

Coreoarte recibió el legado de Carlos Orta y procuró su preservación y articulación con otras iniciativas que comparten su ideal de una danza latinoamericana abierta al mundo.

Los impulsos de Neodanza, que lidera Inés Rojas, la llevaron por caminos experimentales que revelan permanente reinicio y necesidad de contacto permanente con los impulsos del arte del movimiento en el mundo actual.

La danza como experiencia visual es un valor inalterable en la obra de Rafael González y la agrupación Espacio Alterno. El enfático sentido plástico, siempre presente en su trabajo, se convirtió en motivación fundamental y razón de ser de sus abstracciones escénicas.

El nuevo expresionismo tiene en Dramo un exponente claro y una escuela determinante. Los senderos seguidos por sus motivadores, Miguel Issa y Leyson Ponce, fueron distintos aunque coincidentes en la necesidad de generar un gesto corporal que surja de realidades humanas concretas, convulsas o regocijantes.

Los primeros años del siglo XXI han sido de revisiones y reacomodos para la danza contemporánea venezolana. Se vive un fenómeno: al lado de la danza como ritual escénico formal, se afianza la experiencia corporal representada en el espacio público urbano.

A la danza experimental de este tiempo Claudia Capriles (Plan Cero) aporta la solidez de su personalidad escénica y la madurez de su expresividad. La mujer como inevitable tema sigue siendo un claro interés de la autora.

Del contacto con las realidades de todos los días surge una tendencia dentro de las nuevas visiones de la danza nacional que, sin abandonar las preocupaciones formales del movimiento, intenta nuevas maneras expresivas adecuadas a complejos entornos y circunstancias. En Félix Oropeza (Agente Libre) persisten las evidencias del cuerpo técnico orientado hacia la destreza física. A partir de allí, ha procurado el desarrollo de un lenguaje que sea además portador de carga ideológica y sentido de identidad en el movimiento.

Para Carmen Ortiz (Sarta de Cuentas) la calle le resulta necasaria y siempre sorprendente, siendo su escenario fundamental. La bailarina se ha volcado hacia una gestualidad sencilla en su forma y profunda en su gesto.

También la cotidianidad como violencia y también como abstracción de esa realidad es el ámbito de inspiración y desempeño de Rafael Nieves e Ilse León (Caracas Roja Laboratorio), quienes siguiendo los ideales de la nueva danza logran personalizar sus discursos a través de visiones alternativas de lo corporal.

Reinaldo Mijares (Mudanza), sobre la polarización política y la búsqueda de identidad, junto a Tatiana Gómez (Danzata), creadora de rituales sobre ancestros y tradiciones, ejemplifican otras concepciones de una danza actual que se reconoce como genuina.

Las nuevas tendencias también pueden llevar consigo riesgos creativos: UM.gramo (Pedro Alcalá y Alexana Jiménez) y Armando Díaz (Sieteocho), responden a otros entendimientos, desde un mundo globalizado, del sentido de pertenencia a algún territorio y a alguna realidad.

Estimulantes experiencias regionales desarrollas en este tiempo se encuentran Tentempié Danza-Teatro (Silvia Martínez), de Maracaibo; Rendija Danza Andante (Milagros Bordones) y Performance Danza Rota (Ulises Contreras), de Valencia; Danzarines (Yolén Díaz) y Sobrepiedi (Mario Urcioli y Syva Díaz), de Mérida; además de Puropié (Liz Pérez), de San Cristóbal, que representan acciones silenciosas aunque permanentes en la formación de talentos y la configuración de particulares planteamientos estéticos.

La danza contemporánea venezolana durante la segunda mitad del siglo XX fue un universo un amplio, diverso y expansivo. A partir de la impronta de sus precursores fundamentales, visionarios y comprometidos, la progresiva institucionalización de la actividad y su acceso a la educación universitaria, dejó de ser una manifestación poco probable para plantearse su profesionalización e inserción en la comunidad nacional e internacional.

El nuevo siglo aún aguarda por los signos que revitalicen esta época de notorio repliegue y detenimiento para el arte del movimiento nacional.


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