Asómese a la calle y dígame si observa la misma pasión que lo llevó a su centro electoral el 6 de diciembre de 2015. O compruebe por Internet el discurso motivador de nuestros populares y apreciados personajes de nuestra farándula. ¡Cuánta razón tenía el alemán Carlos Marx! Ciertamente, las tragedias de la historia se repiten, pero como farsas.

En las vísperas de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 tuve la certeza de que se estaba ante un deslave político electoral de grandes dimensiones. El deseo de participar y el expreso entusiasmo de la gente por hacerlo vibraba en las calles. Era la histórica ocasión de vengar tanto abuso y tanto sufrimiento. El recuerdo de las muertes y atrocidades cometidas por los esbirros de la dictadura contra los jóvenes protagonistas de la revolución de febrero estaba vivo. Había llegado la era de pasarles la factura.

Las encuestas no lo reflejaban. Lo reflejaban los ascensores, los automercados, los pasillos, los centros comerciales, el Metro, los carritos por puesto, las aceras. Una complicidad general a flor de piel me convenció de que la oposición, por primera vez tan amplia, generalizada y categórica, venía decidida a arrasar con Maduro, Padrino y sus pandillas. Fue un momento prerrevolucionario, preinsurreccional, una erupción de voluntades libertarias comprimidas como un escape de gas acumulado a punto de estallar.

Y estalló, si bien a través de la válvula de seguridad electoral. Pero siguió tan viva, activa y presente, que Maduro, Padrino y sus pandillas se vieron compelidos a reconocer sus resultados.

No lo hicieron por demócratas, que no lo fueron, no lo son y jamás lo serán: lo hicieron porque de no hacerlo, de no quitarle la tapa a la válvula, la explosión se hacía inevitable y el control de esa fuerza prerrevolucionaria pasaba, de los partidos, perfectamente controlables, corrompidos o corruptibles, al pueblo insurrecto. Único y verdadero enemigo del régimen castrocomunista y mafioso imperante.

Lo hicieron porque, conocedores del maquiavélico arte de la política y en perfecto conocimiento de las ambiciones, las capacidades, las debilidades, las inconsistencias, las taras, trácalas, debilidades y vicios del adversario –La Habana les conoce hasta sus secretos de alcoba– supieron que si encapsulaban esa potencia insurreccional en los espesos y turbios salones del hemiciclo y sus inútiles y estériles componendas y deliberaciones, sería fácil quebrarla, comprarla, comprometerla. A La Habana no le preocupan la MUD, los partidos y los estridentes y gangosos cacareos de sus líderes –corruptos o pusilánimes, bocones o silenciosos, mezquinos o traidores, ingenuos o malvados–. Los saben despreciables. Les preocupan las masas anónimas y ya desesperadas, capaces de dar sus vidas, incorruptibles, generosas y corajudas. Que no son ni identificables ni susceptibles de una invitación a Varadero.

La indignación fue canalizada, domeñada y mantenida bajo el perfecto control del diálogo y las tortuosas ambiciones de los tartufos. Recibieron sus honores, se inflamaron de promesas y saciaron las ansias revolucionarias de las masas dándole seis meses de vida al dictador y retirando una gigantografía de las paredes del capitolio. Ese fue el asalto al Palacio de Invierno de Ramos Allup, Julio Borges y Freddy Guevara. El 19 de Abril de los tartufos. La revolución de Octubre de los pigmeos.

El acomodo les duró dos años y medio. Cuando se tomaron en serio los poderes obtenidos, La Habana ya había picado ‘alante: los castró con un TSJ de mentira. Y ante el horror de las masas desbordadas, nuevamente emancipadas y actuando por sus fueros, los ridiculizaron con una contraparte digna de tartufos: la ANC. Pues, como los conocen, los retan permanentemente al duelo: “Si tienen cojones enfréntennos”. ¿Enfrentarlos Julio Borges, que no resiste el empujoncito de un coronel de mala muerte? ¿Enfrentarlos lengua’e víbora, con el demoledor poder de la sin hueso? Para culminar la faena, y tras varios meses de asedio con Rodríguez Zapatero, el esbirro de los Castro en La Zarzuela, decidieron terminar con la comedia del Conde de Montecristo. Lo mandaron pa’ su casa. Se acabaron los cien días que conmovieron al mundo. Adiós luz que te apagaste.

Lo que este 15 de octubre se escenifica es el epílogo de la farsa del 19 de Abril, el 18 Brumario de los tartufos. Un simulacro. Ya sin bríos ni ímpetus liberadores. Un mero trámite de conveniencias. Orquestado en República Dominicana o en Ramo Verde. Asómese a la calle y dígame si observa la misma pasión que lo llevó a su centro electoral el 6 de diciembre de 2015. O compruebe por Internet el discurso motivador de nuestros populares y apreciados personajes de nuestra farándula. ¡Cuánta razón tenía el alemán Carlos Marx! Ciertamente, las tragedias de la historia se repiten, pero como farsas.


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