La dictadura venezolana ha mostrado hasta la saciedad su ilimitada ambición de poder, y su firme decisión de perpetuarse en él. Ya no guardan ninguna forma. Sus voceros, sin rubor alguno, expresan su apego al control del Estado como si se tratara de algo que les pertenece eternamente. Atrás quedaron los días en los que proclamaban su adhesión a una “democracia participativa y protagónica”, o su desgastado eslogan: “Dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada”.

Ya no les importa inventarse los más absurdos e inverosímiles argumentos a la hora de tomar todo el poder, en todos los niveles; de fomentar el desconocimiento al más elemental derecho de los ciudadanos y de violar de manera directa el texto mismo de la Constitución.

El desconocimiento de la Asamblea Nacional, el robo descarado del referéndum revocatorio y la instauración de una asamblea partidista con dependientes del poder de la cúpula roja, pomposamente bautizada como asamblea nacional constituyente, representan la prueba irrefutable de la conversión en dictadura abierta y simple, del régimen que ha destruido a la patria venezolana.

Este año 2018, que apenas comienza, es definitivo en el plan de perpetuarse en el poder que anima a los capitostes de la revolución bolivariana.

El fin del período constitucional, previsto para este año, obliga a la camarilla gobernante a convocar la elección de presidente de la República. No hacerlo les complica aún más su situación política y jurídica.

La dictadura ha usado inescrupulosamente todas las herramientas del poder para desconocer los derechos políticos de la sociedad, y para colocar a la oposición democrática en una situación de debilidad orgánica y emocional muy delicada. A pesar de tales maniobras, el pueblo venezolano repudia mayoritariamente el modelo político y económico vigente, así como a sus principales agentes y voceros.

Esa mayoría de venezolanos que luchamos y añoramos un cambio hacia la democracia tiene en los actuales momentos un sentimiento de malestar y reclamo al liderazgo político democrático por su errático desempeño de los últimos dos años.

Esa mayoría votó masivamente la plataforma electoral sometida a su consideración por la oposición venezolana en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, eligiendo una asamblea nacional con una mayoría calificada para los partidos de la democracia. El desempeño de ese liderazgo ha generado un sentimiento de frustración y desagrado muy alto en nuestros electores.

Hay que reconocer que los ciudadanos tienen razón en formular ese reclamo. Los dirigentes políticos no hemos estado a la altura de la circunstancia que vivimos. No hemos asumido a plenitud el compromiso de defender a un pueblo que viene padeciendo los rigores del fracaso estrepitoso del socialismo del siglo XXI.

Como lo he venido señalando en anteriores escritos, en la oposición se ha impuesto una dinámica de confrontación y de competitividad interna altamente disolvente y dañina. Ello lo ha aprovechado al máximo la dictadura, para fomentar dichas diferencias, y para lanzar operaciones políticas con las cuales desarticular aún más a la oposición política, y crear ese clima de desagrado y desesperanza que hoy existe en nuestra sociedad.

Los dirigentes y los partidos políticos no podemos actuar de la misma forma en este 2018. Hacerlo es entregarles el poder a los agentes del comunismo criollo.

Este es un año decisivo por la inminente elección presidencial prevista en la Constitución. No podemos presentarnos a dicha cita electoral con un fraccionamiento y un desencuentro como el que tuvimos en el año 2017.

Es menester una tregua en las pugnas de la oposición. Es urgente una reconstrucción de una unidad real, inclusiva, y con un compromiso muy serio con nuestro pueblo.

Debemos articular un gran frente nacional para lanzar una campaña presidencial que nos permita la derrota política y electoral de la dictadura.

Creo firmemente que el consenso en torno a un programa político y económico básico, y en torno a un pro hombre o mujer de nuestra sociedad democrática, es el camino que debemos transitar en este año decisivo de nuestro calendario político. No hacerlo, es condenar a nuestro pueblo a una dictadura que cada día se hará más cruel, más destructora de la nación, y que alejará por muchos años la esperanza de recuperar para nuestro pueblo la democracia, la prosperidad, la paz y la justicia.

Es ya la hora de actuar apartando cualquier aspiración, por muy legítima que ella sea. Es hora de diferir para cuando tengamos democracia el libre juego de nuestros partidos y liderazgos. Es la hora de colocarnos todos al servicio de la salvación nacional.


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