El año 2018 que se viene en estos días será muy especial para América del Sur. Hay elecciones en Colombia y Brasil y también están previstas en Venezuela, donde nunca se sabe.

Lo que se  vote y se decida, tendrá una gran incidencia en el balanceo del subcontinente  donde el “progresismo” populista está en retroceso y trata de recobrar posiciones agitando la calle y explotando la austeridad y el ajuste a que han obligado sus desastrosas gestiones en la mejor década que “ligó” la región.

En Colombia las elecciones son en mayo. La incertidumbre es grande: de hecho todavía no hay candidatos seguros, salvo el de las FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común,  de los ex guerrilleros de las FARC; parece broma ¿no?), que sería su líder Timochenko –Rodrigo Londoño Echeverri–, si la salud se lo permite. La economía no va del todo bien, pero lo que está en juego en la dividida Colombia es la “paz” de Santos y Timochenko. Es sobre ese tema que los colombianos habrán de decidir. Hay expectativa sobre cuál es la real fuerza del ex presidente Alvaro Uribe y la de los flamantes caballeros de la FARC y eso se sabrá en mayo.

Sobre Venezuela es difícil hablar en serio. Resulta que ahora liberaron a 80 presos políticos. ¿Pero cómo? Entonces en Venezuela había presos políticos. Se habrán enterado de esto Lula, el gobernante Frente Amplio uruguayo, Evo Morales y el Papa (a Cristina Kirchner y Rafael Correa no los incluyo porque están muy ocupados en “desestabilizar” para salvarse de ir presos, por corruptos, en el caso). El Supremo Pontífice, en su mensaje navideño habló de la paz –por supuesto– y le dio una manito a los palestinos (entremezcló  por ahí una referencia a las huidas de su tierra, de María y José –que eran judíos palestinos– previo al nacimiento del niño y de después de  nacido, y condenó a los “Herodes de turno”: ¿quién, Netanyahu?). Tambíén reclamó el diálogo en Venezuela. Otra vez puso la pelota en la cancha de Maduro, quien además es el dueño de la pelota.  El papa Bergoglio no hizo referencia a los 227 presos políticos que restan –liberaron 80,  nada más y con limitaciones–  ni a los opositores proscriptos que se sumaron en estas semanas por no prestarse a las parodias electoras ni a la actuación de cuerpos ilegales e ilegítimos como la asamblea constituyente que preside la ex canciller Delcy Rodríguez. En Venezuela  hay  además decenas y decenas de exiliados políticos, la inflación superará 2.000%, el PBI seguirá cayendo (entre 7% y 12%) y Nicolás Maduro, que va por la reelección, se siente seguro ganador. ¿Y quién lo va a dudar? El asunto es si llega. ¿Bastará con la ayuda del Papa, de Irán y de Rodríguez Zapatero?  Son cada vez más los países que lo condenan y el secretario de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, que denunció la “infame prisión” de los opositores,  no le da tregua a la dictadura chavista.

Pero sin duda las elecciones que más importan son las que celebrarán en octubre en Brasil. La influencia, con sus pretensiones imperialistas, del gigante suramericano es mucha y decisiva para el rumbo futuro en el subcontinente. Lula sueña y ya es candidato al tiempo que está a la espera de lo que diga un tribunal de apelaciones sobre una condena a nueve años y medio de prisión que pesa sobre él por muchas cosas feas. Las encuestas le dan 35% al ex obrero metalúrgico que vive en un lujoso duplex, que parece que es prestado, según él. Está a la cabeza, pero enfrente todavía no está decidido quién será el candidato de centro, el que además puede beneficiarse de lo que logre el actual gobierno de Michel Temer, que ha conseguido sacar a la economía brasileña de la mayor recesión de su historia –menos 3,8% en 2015 y menos 3,6% en 2016–, con un crecimiento exiguo de 0,5%, pero que cambia el signo y una perspectiva de crecer hasta 3% en 2018. Por ahora el desconocido ex militar y diputado de ultraderecha Jair Messias Bolsonaro recibe 17%. En términos relativos lo de Bolsonaro, un defensor de los gobiernos militares, racista y partidario de la tortura y a quien llaman “el Trump brasileño” es tan o más importante que el 35% de Lula, que para este puede que sea su techo. Además, con respecto a Lula, todo está supeditado a lo que diga el tribunal de apelaciones: si ratifica la condena no puede ser candidato y tiene que ir a la cárcel.

Sin duda 2018 resulta un año interesante, por decir lo menos. 


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