Cada vez que finaliza un año no encuentro palabras para describir el drama que se desprende de la grave crisis de salud que ha desencadenado en una emergencia humanitaria compleja y que se ha reflejado en el fallecimiento de muchos venezolanos, tanto niños como adultos. 2017 fue el año del desastre en el sector salud, en todas sus aristas, pero a esta connotación se suma la discriminación a que fueron sometidos los ciudadanos por parte del “gobierno” para el acceso a los servicios de salud, fundamentalmente en el sector público.

El colapso de los servicios públicos de atención, tanto hospitalarios como ambulatorios; el desabastecimiento de medicinas sumado a sus altos precios si se llegan a conseguir; la ausencia de políticas sanitarias con la consecuencia del impacto de enfermedades que se han convertido en epidemias y que las autoridades de salud han sido incapaces de controlar; el déficit de recursos humanos y en el que ha incidido la diáspora de muchos profesionales de la salud, han sido los aspectos que se agravaron de manera dramática y que cavaron un foso tan profundo que va a ser difícil salir de él si este régimen continúa en el poder, con trágicas consecuencias que pudieran ser más devastadoras para este año 2108 que apenas comienza.

La red hospitalaria inició su debacle en 2014, las camas operativas a escala nacional disminuyeron de manera importante. La capacidad de prestar atención oportuna y de calidad, que ha ido disminuyendo de manera progresiva desde hace tres años, alcanzó su nivel más alarmante en la actualidad. Las fallas de mantenimiento preventivo y correctivo están a la orden del día en todos los centros hospitalarios, independiente de la capacidad con relación al número de camas.

El principio de gratuidad establecido en el artículo 84 de la Constitución vigente prácticamente fue abolido por el régimen actual, pues el paciente tiene que llevar hasta los insumos de uso corriente para poder ser atendido. El desabastecimiento de medicamentos, según expertos, llegó aproximadamente a 90% al finalizar el pasado año; pero la capacidad de asombro se pierde cuando al encontrar un medicamento que se necesita después de recorrer algunas redes de farmacias, el costo o precio con el cual viene marcado lo hace inaccesible.

La discriminación tanto en el acceso a los medicamentos como a los servicios de salud fue uno de los aspectos resaltantes del año que acaba de finalizar. El carnet de la patria es el instrumento nefasto utilizado por el régimen para tales fines, el ejemplo más demostrativo ha sido el mecanismo implementado a través del 0800-SaludYa, el cual exige al usuario el número de registro y control de dicho carnet para poder tener el derecho a la medicina que requiere.

Nos asombramos con la actitud cruel e inhumana de la directora de la Maternidad de Carrizal, en el estado Miranda, quien negó la atención a las mujeres parturientas que no ostentaran dicho carnet, según fue reseñado en los medios.

La mortalidad infantil marcó el año 2017. Vimos con estupor y profunda tristeza el fallecimiento de niños venezolanos por la falta de tratamiento médico y desnutrición. Algo impensable en la Venezuela del siglo XXI. No podemos olvidar las epidemias que circularon el pasado año y que seguirán con fuerza si no hay el control sanitario pertinente. Según expertos, los casos acumulados de paludismo a manera de proyección extraoficial serían más de 500.000, como un número conservador; también se destacan de manera alarmante los brotes epidémicos de difteria y sarampión, enfermedades prevenibles con vacunas y que reflejan el gran fracaso de la cobertura a nivel nacional.

El silencio epidemiológico oficial marcó el año 2017 y a todas luces también persistirá en 2018.

El déficit de personal de salud también fue dramático, la pérdida de dichos recursos humanos se caracterizó tanto en cantidad como en calidad, los estudios de posgrado en medicina se han deteriorado de manera progresiva a tal punto que médicos recién egresados migran del país en busca de mejores oportunidades.

El año 2018 será de una gran incertidumbre y preocupación, pues no se vislumbra la intención por parte del régimen de ofrecer respuesta y solución a esta emergencia humanitaria compleja que está afectando a toda la población venezolana.

La impotencia y rabia nos embargan cada día mas al ver que el derecho a la vida de los venezolanos se tenga que negociar con un “gobierno” que no tiene un ápice de humanidad, siendo el control social su objetivo fundamental. Salir de este régimen oprobioso y nefasto debe seguir siendo el norte. La lucha, unión y solidaridad de todos los venezolanos debe arrancar con fuerza y determinación. De nosotros depende el futuro de nuestra querida Venezuela.


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