Supongamos que todas las figuras amarillas de esta imagen ya están vacunadas contra una enfermedad infecciosa y muy contagiosa. Las azules aún no están inmunizadas, pero están sanas. Llegan al grupo tres rojas, infectadas y en capacidad de contagiar a muchas más. ¿Cómo es posible que las azules todavía no se hayan enfermado? Romina Libster es pediatra, investigadora y asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina. Como experta en el tema, ofreció recientemente parte de la respuesta durante una sesión informativa sobre vacunas del Sabin Vaccine Institute, en Buenos Aires. 

“¿Alguna vez has pensado, cuando te estás vacunando, a quién estás protegiendo? Hacerlo tiene un efecto que va más allá de nosotros mismos”, plantea. “Imaginemos que estamos en una ciudad ‘virgen’ del sarampión –por ejemplo– donde nadie ha sido inmunizado ni nadie lo ha tenido nunca, por lo cual ninguno tiene defensas contra ese virus. Llega una persona infectada –porque el sarampión puede contagiarse incluso antes de que ese individuo tenga síntomas ni sepa que lo tiene– y en poco tiempo mucha gente se enferma”. Libster contrasta ese escenario con una urbe donde un gran porcentaje de la población está vacunado, o tal vez ya tuvo sarampión y desarrolló defensas naturales. Si llega un forastero infectado, a la enfermedad le costará más diseminarse –o lo hará a un ritmo mucho más lento al encontrarse con múltiples bloqueos–, pues ante tantos individuos con anticuerpos contra ese virus es más probable que el brote quede contenido y desaparezca en poco tiempo.

“Por eso, cuando tenemos un gran porcentaje de gente vacunada en una comunidad también protegemos indirectamente a los miembros de ese grupo que no están vacunados o no tienen defensas contra esa infección. Estas personas vulnerables no son hipotéticas. Pueden ser nuestros hijos (que quizás son muy chiquitos para haber recibido su primera dosis de esa vacuna), nuestros padres, hermanos o abuelos que a lo mejor tienen alguna enfermedad o algún tratamiento que les afecta las defensas”, explica la experta. De hecho, puede ser que en uno mismo tal vez la vacuna no haya hecho el efecto deseado, pues estas no son 100% efectivas y puede ocurrir que no en todos se hayan generado los anticuerpos esperados, mientras que quienes sí los desarrollan ayudan a crear una especie de escudo protector en su círculo de acción. Este efecto colateral se llama inmunidad colectiva.

Para alcanzarlo, se necesita inmunizar a un porcentaje de la comunidad superior a un número específico, que varía según cada enfermedad de este tipo. “Si la cantidad de vacunados está por encima de ese umbral, tenemos menores probabilidades de que haya un brote, pero si está por debajo, estamos en un problema: si esa proporción es 50-50 y llega alguien enfermo, es fácil que a falta de mayor resistencia la infección se propague más”, dice Libster. “Esto no es algo teórico, pasa en la vida real. Porque si de repente yo viajo, pesco sarampión, lo traigo a casa y el porcentaje de vacunados es bajo, ese caso puede empezar a diseminarse en mi entorno y generar un brote enorme”. Por eso recalca que es importante que los esfuerzos de vacunación se mantengan en el tiempo aunque ya no haya más casos de esas afecciones. Es la mejor forma de prevenir o contener una epidemia si llega un caso importado de otra zona o país.

“Las vacunas han sido tan exitosas que hoy en día son víctimas de su propio éxito. Se han logrado tantos avances en controlar enfermedades terribles como la viruela o la poliomielitis, que las generaciones más jóvenes nunca han tenido contacto con ellas y entonces no las perciben como un riesgo real. ‘¿Para qué me voy a vacunar contra la polio si eso no existe?’. Es un desafío explicar que no existe precisamente porque todas las generaciones previas se vacunaron y que te inmunizas estando sano para poder seguir sano. Muchas veces cuando la gente calcula el riesgo-beneficio no ve el peligro tanto como nosotros”, indica la experta. “Como cualquier otro medicamento, todas las vacunas pueden tener efectos adversos que en su mayoría suelen ser leves y temporales, pero los beneficios son superiores”.

De allí la importancia de mantener las inmunizaciones al día. “Si no me vacuno, no me estoy poniendo en riesgo solo a mí. Tenemos que entender que al hacerlo estamos aportando nuestro granito de arena porque hay gente que depende exclusivamente de la inmunidad colectiva para sobrevivir, como viejitos que nunca recibieron esas vacunas, una persona con leucemia o un bebé”, acota. “Tenemos que ser el muñequito amarillo para no perjudicar al resto”.


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