La creación de una vasta obra y su perdurable labor docente son las características más resaltantes del legado de quien sentó bases para la historia del arte en el país. Francisco Bellorín falleció ayer a los 78 años de edad en su casa de la avenida El Milagro, frente al lago de Maracaibo. La luz y la calidez de la capital zuliana arroparon el trabajo del artista desde 1965, cuando fijó en esa ciudad su lugar de residencia. Desde hace dos años su salud empeoró debido al padecimiento de un cáncer, sin embargo hasta el año pasado se mantuvo con el mismo ímpetu creativo que impulsó toda su trayectoria de casi ocho décadas.

“Bellorín marcó profundamente la historia del arte y sobre todo la de la pintura en el país, principalmente por su gran labor docente y artística en Maracaibo. Su trabajo comenzó con una exploración en lo figurativo que luego evolucionó hacia el simbolismo y hacia los colores, hasta explayarse en el surrealismo”, indicó Víctor Fuenmayor, presidente fundador de la Asociación Venezolana de Semiótica y miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.

Bellorín nació en Caripito en octubre de 1941. Cuando tenía 14 años de edad, su familia se mudó a una zona popular de Caracas y era aún un adolescente en el momento en que ingresó en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas. Cuatro años después, cuando ya había ganado tres galardones y luego de haber presentado 10 exposiciones, decidió viajar a Europa donde completará parte de su formación.

La Cité Internationale des Arts y la Academia Superior de Bellas Artes en París, el taller del grabador Atilio Giuliani en Roma, los áridos paisajes de Tánger y Fez en Marruecos, y la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas fueron algunas de las escuelas en las que su numerosa obra, que cuenta con un centenar de piezas, pasó de la figuración al surrealismo, con toques de erotismo y mística que otorgaron proporciones conceptuales importantes a su trabajo.

En Monagas cultivó una fijación inicial con la naturaleza. “No creo en las elucubraciones de artistas que dicen que su obra viene de la selva o es producto de los mitos, pero sí creo que hay una filiación con lo vivido, con lo que nos marca profundamente”, dijo en 1991 el pintor, quien ya en los años ochenta, según el experto en artes visuales Juan Calzadilla, era el único representante en el estado Zulia del movimiento surrealista; así lo afirma en su libro Obras singulares del arte en Venezuela.

Labor académica. “Su labor docente fue de las más destacadas en el estado Zulia. Fue profesor en la Escuela de Artes Plásticas Julio Arraga y en la Universidad del Zulia dictó cátedras en la Facultad de Arquitectura y en la Escuela de Periodismo”, asegura el columnista de El Nacional, Sergio Antillano, quien además recuerda que el artista fundó el primer Taller de Serigrafía de la Universidad del Zulia y fue un importante gestor de las actividades en la Dirección de Cultura de la institución académica.

Antillano refiere que Bellorín mantuvo su ímpetu creativo hasta su último aliento y el propio artista confirmó, en una entrevista otorgada al diario El Nacional en 1993, esa necesidad de trabajar: “Un pintor no terminará nunca su obra. Las obras que deje antes de morirse y las que queden inconclusas seguirán planteando una inquietud y una necesidad de transformación, de búsqueda. Pero toda esa etapa de reflexión, llega a encontrar caminos que lo angustian y eso es difícil terminarlo. Yo sigo siendo un inconforme con mi trabajo. Incluso, ahora me apasionan aquellas grandes sabanas al final de Caripito, todos aquellos recuerdos de mi infancia y juventud”, dijo Bellorín.


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